La Habana vieja II






Entre una apretada trama de edificios se camina por las calles repletas de gente. Aquí y allá algunas pinceladas de color alivian la mirada. El aspecto general es ruinoso. Hacia arriba, la ropa tendida en balcones vetustos parecen desafiar las normas de seguridad. Niños jugando en las veredas y plazas, sucios, descalzos parecen llevarnos a nuestra niñez en una revalorización de los espacios colectivos y contra la infancia frente al televisor. Pero tanta pobreza duele. Duele por la gente y por el proyecto. Una cubana me dijo que ellos no tienen ni temor ni vergüenza de mostrarles sus problemas al mundo y por eso no sacan a la gente del centro del turismo y se arriesgan a la impresión que esa imagen trasmite. El proyecto de Reconstrucción quiere a La Habana viva, con su gente, sus negocios y sus escuelas. No una Habana para mirar sino para vivir. Y eso tiene un costo. Alto costo.
La vieja farmacia con los potiches de porcelana como los de las fotos de la botica de mi abuelo funciona como farmacia de modernos medicamentos y como museo para recorrer.
La Casa de la Obrapía es una maravilla recuperada entre 1973 y 1977. De unas ruinas irreconocibles surge esta construcción celeste y amarilla que guarda no sólo el mobiliario y adornos de todos los tiempos pasados, sino también los cuartos de Alejo Carpentier en los que han metido hasta su Volkswagen, su escritorio y sus libros, así como una escuela primaria y un taller de bordados.
Con una simpática guía que a todo le decía "lindo" o "bonito", subimos hasta las dependencias de los esclavos y al "cuarto del misterio" donde antiguos moradores parecen haber encerrado a algún pariente loco talentoso para la pintura. Misteriosos frescos coloridos, sin otra explicación que la del genio loco, fueron hallados en los muros y hoy parecen colgar como cuadros en sus marcos.
La Casa del pintor Guayasamín también tiene una escuela y los niños aprenden entre los óleos y muebles del artista. La fábrica de abanicos y el museo de los vehículos son algunas de las reconstrucciones maravillosas que pude visitar.
Una calzada de madera dura hace frente a la fachada del Palacio de los Capitanes Generales, en torno a la Plaza de Armas. Cuentan que un singular Capitán General del siglo XVIII cambió la piedra por madera para poder dormir su santa siesta en paz, al amparo del ruido de los cascos de los caballos.
Por el otro lado de la Plaza, un templete de líneas clásicas recuerda la primera misa celebrada en tierras americanas en 1506 (¿?). Al frente una ceiba de los deseos te invita a girar tres veces para concedértelos.

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