La Oficina del Historiador. La Habana Vieja . Abril 06



La primera impresión y el adiestramiento del ojo. Esa distancia. La primera impresión no fue buena: entramos en auto por calles estrechas y malolientes despejando la ruta a bocinazos. Por calles peatonales la camioneta de la UJC avanza y nos deja en la esquina de la Catedral. Ahí comienza el influjo: una amplia plaza bordeada de construcciones coloniales muy bien mantenidas entre sus piedras centenarias y relucientes maderas celestes, soporte de santarritas y enredaderas. Una variada y heterogénea humanidad puebla la plaza: viejas vestidas con trajes típicos y habanos gigantes, mujeres gordas que ofrecen hacer trencitas, turistas sajones muy rojos en su piel, jóvenes franceses delgados, bellos y sobrios. La lista es inmensa. Atravesamos esa corriente desordenada de gente para llegar a la Oficina del Historiador, primera casa colonial recuperada a la que entramos junto con la fascinación. En blanco y celeste, tras una fachada amarilla se abre un hermoso patio repleto de plantas en macetones, como imagino los balcones de Sevilla. En las barandas de pisos superiores cuelgan jaulas de canarios al sol. Detrás de las puertas coloniales, sin embargo, existen modernas oficinas equipadas con la última tecnología. Es el reino de Eusebio Leal y su proyecto de recuperación de La Habana vieja. Con fondos de la UNESCO en un increíble esfuerzo interdisciplinario están recuperando edificios condenados a la erosión infinitesimal del mar y a la erosión más palpable de falta de sentido patrimonial. El proyecto de sede universitaria es estupendo. Cuenta Patricia, la arquitecta, que en la década del 50, antes de la Revolución, existía el proyecto de demoler La Habana vieja para "modernizarla". Empezaron por la vieja Universidad, que en sus comienzos había sido un convento, la que transformaron en un anodino edificio cúbico, con helipuerto en la azotea. El trabajo de reconstrucción comenzó por recuperar los planos, pero al no poder recomponer el antiguo convento prefirieron acentuar la modernidad recubriendo las paredes de vidrios, para recuperar, mediante un juego de espejos, las fachadas de alrededor, como si se las pidieran prestadas al sol. Sólo dos símbolos, testigos adicionales, nos llevan a la época colonial: la torre campanario y una muralla que simula, sin mentir, antigüedad.

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