Teotihuacán: ciudad de Dioses. 28.07.04

Llegando a México me metí de cabeza en las culturas precolombinas y en el éxtasis incomprensible de la magnificencia. Pero más que lo sobrecogedor de las alturas y la pequeñez humana me subyuga el nivel de las culturas extinguidas. Imaginar la Pirámide del Sol recubierta de estuco de colores rojos, amarillos y verdes y decorada con dibujos exóticos es casi tan difícil como entender la lógica de los edificios superpuestos, construidos unos sobre otros cada cincuenta años por temor a que el sol no volviera a salir y se acabara el mundo.
La Pirámide del Sol es enorme: parten anchas escaleras hacia arriba que se van angostando en un expreso mensaje de que cada plataforma es más selecta. Sin embargo se sube bien o el entusiasmo es mucho.
La Pirámide de la Luna dirige el tránsito por la Calzada de los Muertos y los tramos de escaleras son de igual ancho de abajo hacia arriba, en una versión más democrática de la adoración de los dioses. Pero la Sra. Luna te exige otro esfuerzo: escalones de 35 cm de alto que te dejan literalmente sin aliento.
Desde lo alto, hacia atrás, una construcción engañosamente indígena resulta un Club Med que, en culto a la globalización, se instaló allí contra la oipnión de los teotihuacanos.
Para darme un gusto compré una máscara de turquesa y concha de abulón, posiblemente más cara que en cualquier mercado de artesanías.
El aire, que lleva y trae música de flautas parece acompañarnos con los herederos de esa máscara y los descendientes de esa lengua impronunciable.
El templo de la Mariposas o Quetzalpapalotl fue el edificio que más me gustó. Detengo la escritura. Me vienen a la mente los frisos de flores y loros, el jaguar, la fachada del templo de Quetzalcoatl y no sé qué me gustó más.
La magia domina el lugar.

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