Un Despertar

Agustín apretó los párpados y estiró los brazos. Sintió el frío del aire de la madrugada al sacar las manos de abajo de las frazadas. Abrió grande la boca y exhaló un bostezo que le hizo crujir la mandíbula. De a poco abrió los ojos y se fue acostumbrando a ver entre las tenues luces que entraban. No reconoció su cuarto.
Se frotó los ojos y vio que un aliento helado salía de su boca. Ese no parecía su dormitorio. Entre veía en las nubes del sueño y la penumbra del amanecer dos paredes azulejadas de blanco. Buscó referencias conocidas a su alrededor. Palpó la colcha de su cama y reconoció los almohadones que había usado la noche anterior para apoyarse mientras leía. Pero no era su cuarto. Se incorporó en la cama y lanzó un alarido: ¡Mamá!
Una señora casi en estado de desesperación se precipitó al dormitorio de Agustín haciendo chirriar una enorme puerta de metal que parecía la de una bóveda de banco o la de un frigorífico.
Agustín recuperó el espanto. No tenía idea quien era esa señora que le acariciaba la cabeza y lo trataba de hijo. La señora le ofreció el desayuno e insistió en que se quedara en la cama si tenía fiebre. Luego, se dirigió a la ventana y corrió las cortinas bloqueando la iridiscencia de la luz que entraba. Agustín se acurrucó entre las sábanas. Desolado, casi vencido. Entonces cerró los ojos y empezó a sollozar.

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