Entre lo patético y lo inhumano


Lo que más me ha impactado en este país es que dejen los muertos tirados. Tuve la mala suerte de ver un cadáver el primer día que llegué y esa impresión me ha acompañado estos dos meses. No había vuelto a ver otros, pero el domingo, de regreso de Oshogbo vimos dos más. La misma tarde. Uno tirado en una rotonda en plena ciudad, sin ropas y ya rígido parecía una escultura de cuero. Era un muchacho. Yo iba comiendo y no quise pensar. Luego otro, ya en la ruta, tirado en la banquina boca abajo. También un muchacho, éste con ropas todavía.
Entre los dos cadáveres, el espectáculo más fellinesco del mundo: cinco mujeres, con los coloridos vestidos y akedes nigerianos, paradas, de piernas abiertas y faldas remangadas meando al costado de la ruta. Gordas, sólo vi unos culos enormes llenos de celulitis y el chorro delator. La risa se nos cortó cuando apareció el segundo muerto.
Los hombres mean en cualquier lado. Pero no contra un muro o contra un árbol como he visto en México o en Santiago. Estos mean ahí nomás, entre la gente, de frente al público, en medio del cantero, sobre su propio auto, sin pudor sacan el pito y mean. Cuando fuimos a Lagos, a menos de una hora de salir el chofer nos dijo Sorry, I must ease myself y no tuve que pensar mucho qué se “facilitaría”, porque ya había bajado y empezado a mear.
He visto mendigos ciegos guiados por niños en extraña pareja, el hombre grande camina detrás apoyando su mano en el hombro del niño y el niño estira su mano pidiendo limosna. A veces van vestidos con la misma tela.
También hay unos seres que son como apariciones. Jorge les dice los muchachos del polio porque son víctimas de una religión que no los dejó vacunarse, contrajeron polio y ahora andan por las calles con carritos de rulemanes como piernas. Entre el tráfico, en el medio de la ruta, las manos estiradas que apenas alcanzan la ventanilla del auto, son rostros que no llegan a verse e imploran unos nairas de compensación. Enfrente, bajo los arcos de ingreso a Ibadan vive un loco desnudo sobre una pila de basura. Está siempre allí como un vigía absorto en si mismo.
Un día un loco se metió entre los autos en medio de un trancón y empezó a golpear la chapa con los puños. La fila apenas avanzaba, así que él podía pegar a gusto e intentaba abrir las puertas con desesperación. Se me paralizó el corazón cuando vi que la mía no tenía puesta la tranca pero me dio el tiempo de cerrarla. Cuando lo pasamos, después de sufrir un abolladura en el capot, vi que tiraba la basura de los costados de la calle como si fueran pelotas de beisbol.

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