Oje Market, universo de mujeres.







Ayer sábado la ida a Ibadan cambió de cara, o tal vez uno se va acostumbrando. Para que Gabriela, mi visita de Uruguay, conociera la ciudad, fuimos al Oje (se pronuncia oié) Market en busca de ashokes que son tiras de telas de unos diez centímetros de ancho y largo variable que se juntan de a varias y se hacen vestidos, almohadones, carteras, alfombras, manteles o lo que la imaginación permita.
Sobre la calle por la que andan vehículos hay puestos de frutas y verduras donde el color verde de los limones se mezcla con el azul de los tocados y el rojo de los tomates con el amarillo de las faldas. Al grito de customer, sister o madam, cientos de mujeres de todas las edades intentan venderte desde pescados ahumados a caracoles de jardín (¡¡!!), paltas, papayas, chiles, tomates, plátanos y bananas. Todas mujeres y sólo mujeres yorubas, musulmanas, cristianas, con burkas o con velo, con tocado o con trencitas, descalzas o con zapatos, con niños a la espalda o niños en el vientre. Universo de mujeres.
Dejamos esa vía transitada por vehículos y nos metimos entre las casas a un mundo escondido de puestos y casetas donde venden desde carne cruda con cuero a collares de cuentas, telas estampadas y raspadura de yam hasta nuestros preciados ashokes. Caminamos por pasajes de piso de barro por donde circulaba un hilo de agua. Pero no había mal olor ni moscas aunque la basura abundaba mientras muchas caras sonrientes se asomaban entre la pila de mercaderías o salían de las casetas llamándote a los gritos. Como en el Lekki Market los puestos atiborrados de cosas, todas parecidas, no me dejan distinguir con claridad, pero guiada por Julieta, la mejicana, llegamos a una caseta donde pudimos sentarnos en bancos y elegir con la vendedora entre toda su colección de tiras de lino o algodón o seda. Me enfrento a una variedad de combinaciones exquisitas de colores y texturas. Mis compañeras que llevan años en Nigeria saben lo que buscan o los colores que les faltan pero yo me embeleso entre tanto diseño y extraño a Helena que tendría mil ocurrencias para hacer con cada pedazo. Regateamos y nos llevamos cada pieza por 100 nairas y dejamos triste a la vendedora a pesar de haber vendido un montón. ¿Quién le pedirá cuentas o cuántas bocas tendrá que alimentar? Sentí que un dolorcito me subía al pecho.
Después paramos donde unas mujeres que parecían madre e hijas y que vendían collares. Cientos, miles de collares de vidrio, de plástico, de bits de todos colores y tamaños colgaban del techo y las paredes de una caseta diminuta. Las vendedoras muy simpáticas se entusiasmaron con nuestras fotos y atrajeron al vecindario para que también posara. Todos muy contentos nos agradecían que nos tomáramos el trabajo de sacarles una foto. Con el alboroto me olvidé de esperar el cambio pero la vendedora me persiguió para dármelo. Ya es la segunda vez que la honestidad de los vendedores me evitan perder dinero.



El mismo entusiasmo por las fotos encontramos después entre los puestos de verduras. Corrían desde puestos vecinos a ponerse en el cuadro o se acercaban disimuladamente para salir. Un negro grandote adentro de un auto con altoparlante me pidió que le sacara una y se puso en posición de conductor para impresionar. Todo a cambio de verse luego en el visor de la cámara.
Pura alegría entre las mujeres de caras marcadas con navaja.

Comentarios

  1. buenisimos tus comentarios !
    colga las fotos que sacaste y segui escribiendo asi. beso. daniel

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