El Palacio Real. Madrid



Sólo abierto para museo y recepciones oficiales desde 1931, el Gran Palacio domina Madrid desde la colina del Príncipe Pío. Desde la ventana del hotel lo vemos en lo alto con la Catedral de Almudena al lado.
El Palacio impresiona en su patio central y lo primero que se visita es la Farmacia Real fundada en 1594 por Felipe III. Homenaje a papá desde un rey que no se alejaba del Palacio sin farmacéutico ni herbario y fundó la primera Facultad de Farmacia que hasta hoy continúa en actividad.
Luego sí entramos al Palacio por la espaciosa escalinata de piedra gris coronada por una gran bóveda que representa la protección de España a la religión. Se ingresa por la Sala de Alabarderos y luego al Salón de las Columnas donde se firmó en 1985 la entrada de España a la Unión Europea y donde los reyes lavan los pies a los pobres en Semana Santa. No sé si lo siguen haciendo pero sería todo un gesto inclinar a los pies del pueblo sus reales figuras sobre el piso de granito rosado y blanco .
Luego ingresamos al Salón del Trono. Una corte de fábula con leones dorados y dioses griegos. En penunbras, en la habitación fresca los pasos se escabullen entre la tapicería de terciopelo carmesí y las alfombras de pared a pared. Se entra por un lado del salón por lo que hay que girar para enfrentar a los reyes. Nada favorable según el Feng Shui dejar la puerta a las espaldas. Frente al trono espejos y relojes en dorado y en el techo, por encima de las lámparas de cristal de roca, figuras celestiales y terrestres. Se nota la mano rococó de Carlos III.
Luego se suceden las habitaciones, cámaras, recámaras y antecámaras de los reyes, en las que el dorado rococó se combina con rojo, azul, verde y celeste. La minuciosidad del detalle agobia. Los cuadros de Goya de Carlos IV y su esposa en la antecámara de Carlos III y la Sala de Vestir en tonos sepias, marrones y ocres con cierto aire oriental me reconfortan de la cargazón. Unos empleados subidos a una escalera cambian las bombitas de una lámpara de caireles y alteran por minutos la atmósfera de sepulcro por taller.
En tres salones unidos por arcadas se extiende el comedor con una gran mesa con lugar para 145 comensales. Los tapices de Bruselas bordados en lana, oro y seda de las paredes son custodiados por ocho jarrones de bronce y porcelana.
La única sala donde el dorado da respiro es la Sala de la Plata. En tres grandes vitrinas sobre paredes tapizadas de azul y plateado se exiben juegos de cubiertos, bandejas, jarras, jofainas, copas, cálices y bandejas madrileñas con sobrerelieves de frutas y flores. El techo blanco sin frescos también alivia.
Ya a esta altura de la visita uno oscila entre el asombro y la indignación. Un gallego bajito de barriga prominente entra refunfuñando a la Sala de los Stradivarius , "Y diga que ahora somos un país rico, hombre, pero en aquellas épocas..." iba diciendo a su mujer. El itinerario se vuelve cansador y uno se pregunta cuántas de estas habitaciones se usaban y para qué. Como que cada monarca iba dejando su sello y área de ocupación y la Sala de fumar, luego se vuelve billar y la de coser se acondiciona para la colección de violines a 8°C y 28 % de humedad.
Como museo aparte pero muy interesante se puede visitar la Real Armería donde se encuentran las armas y armaduras de Carlos V y Felipe II realizadas por los principales maestros armeros de Milán yAugsburgo. Una espada del Mio Cid y la armadura y aperos completos (incluida la del perro) del emperador Carlos V con los cuales fue retratado por Tiziano en el famoso retrato ecuestre del Museo del Prado, valen la pena apreciar.
Para terminar, una cerveza helada con aceitunas al ajo en la Real Cafetería es el mejor ritual.

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