El río en retroceso o dios aprieta pero no ahoga





Ayer fui a recorrer el borde del río. Ya permite acercarse más. Se ven charcos en lugares fangosos o en lugares enfangados. Muchas casas muestran sus señas a la altura que llegó el agua. El farol de la plaza desensilló ya la chalana que llevaba atada. Una capa de limo ocre recubre el césped y se mezcla con el verde. El olor fétido de las plantas en putrefacción se cuela hasta las meninges y trae recuerdos de infancia tan vivos como los cordones de vereda ondulantes de barquitos de papel. El obelisco se erige en su laguna y el atardecer vuelve grises los contornos.

En el salón comunitario del suroeste una fila de niños espera la merienda. El profesor de teatro y la profe de Educación Física sirven una crema de caramelo. Veo cansancio en los ojos de los muchachos. Cristina, la profe de Educación Física, viene del Estadio y de los galpones de 6 de Abril de trabajar con otros niños evacuados. No se han confirmado las historias de robos en los refugios, pero sí los líos por la convivencia. Y las protestas de vecinos poco solidarios.

La barra de la esquina sigue mateando como siempre con las sillas en el agua y el almacenero, con el agua en la vereda, espera, en otro mundo, la llegada de los clientes que ya se mudaron.

Los chanchos siguen en los corrales y los caballos pastan en los canteros de la avenida. Las carpas se multiplican en los terrenos baldíos y los niños juegan en bandadas entre adultos displicentes que no están mucho peor que en el asentamiento. Algunos perdieron animales, otros hasta los cuadernos y los clasificadores de basura no trabajan. Hace veinte días su mundo anda patas para arriba. Ahora se acercan las fiestas y Andrea, de 9 años, implora por pasarlas en su casa que aún está bajo agua.

Comentarios