Ucronía

Julio Cortázar corría bajo la lluvia buscando guarescerse del chaparrón. Con las manos en el bolsillo del sobretodo de cuello levantado, corría con la cabeza baja. La lluvia que caía sobre el pavimento sonó como un relincho. Julio Cortázar siguió su camino sin levantar la cabeza hasta que una sombra más gris que el día le detuvo la carrera. No lo había imaginado. Un caballo en sus huesos se interponía en mitad del camino. Levantó la cabeza y, al asombro de ver el caballo en el medio de la calle en París, le sumó el estupor por el Quijote que lo montaba.

“Otra película”, pensó e intentó seguir su carrera porque el chaparrón no aflojaba y ya sentía que el agua le corría por dentro del abrigo.

-¡Gentil caballero! – le dijo el Flaco montado en el pobre caballo.

Julio cortázar sintió que debía detenerse. El Flaco de la armadura estaba tan mojado como él y “se está ganado unos mangos”, pensó. Y lo miró con atención por primera vez. “Está bien caracterizado”, se dijo, “y el caballo de tan deshecho hasta parece Rocinante”.

- ¿ Podría indicarme usted, gentil caballero, hacia dónde queda el Toboso?- le preguntó el Flaco de la armadura.

“¡Zas!, este se creyó el personaje”, pensó Julio Cortázar al escuchar su acento castizo y resolvió seguirle la corriente.

- Creo que queda por aquel camino.- le señaló el escritor en dirección a una callecita que se perdía tras la cortina de agua.

- Gracias, caballero. Su indicación me es de gran utilidad y su gesto, al llegar a mi destino, merece ser recompensado en nombre del rey y por el honor de mi dama, la inigualable Dulcinea.

Julio Cortázar miró al Flaco de la armadura y por un instante pensó en la locura de aquel hombre a caballo bajo la lluvia. Sólo por un instante, luego vio que la luz del día gris abría un ojal por donde se alejó el caballero con su triste figura.

Publicado en Revista Hipoética. Marzo 2011.

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