Berlín y las cicatrices de la historia






Berlín es una ciudad traspasada por su historia reciente. Los berlineses no habían terminado de entender que habían perdido la guerra que los iba a llevar a liderar el mundo cuando tuvieron que asimilar que habían sido cómplices de crímenes atroces. Entonces encararon la tarea de reconstrucción al tiempo que se volvían protagonistas de la nueva guerra mundial, la Guerra Fría, que mantuvo al país dividido por más de 30 años.
Y un muro en el medio de la ciudad separó a padres e hijos en una noche. Me conmueven las historias personales, como la del padre que volvía de trabajar del lado oeste con su hijo chico y no pudo llegar a la casa. A través de la alambrada se despdió de su mujer y le dijo que le iba a mandar dinero. El niño lloraba. Quería quedarse con la madre pero los soldados no lo dejan pasar si no pasa también el padre. El bebé llora delante del alambrado y extiende sus brazos. Un soldado del Este, conmovido, abre la alambrada y ayuda al niño a pasar con su madre. El soldado es dado de baja. Vi la historia en la secuencia de fotos y la del soldado ayudando al niño a pasar se ve por toda la ciudad. Como aquella otra del niño judío que circula frente a tres soldados nazis armados con las manitos levantadas y los pantaloncitos cortos. O la de la niña vietnamita que corre desnuda por una carretera sólo cubierta por llamas. Los registros del abuso en niños como símbolos de lo incomprensible.
Del muro quedan testimonios en varios puntos de la ciudad. Saliendo del centro de Berlín se han conservado unos 3 km que fueron intervenidos por dibujos y pinturas de artistas de todo el mundo y hoy dan testimonio del absurdo. Otro segmento queda frente a lo que fue el cuartel general de la Gestapo, donde han construido un museo estremecedor que se llama Topografía del Terror. En los restos excavados de las celdas y de espaldas al muro montaron una galería de fotos al aire libre. El museo, un enorme edificio de 2005 cuenta con minuciosidad la historia de Alemania de 1933 a 1945 y un poco más. La gente circula entre los bastidores en silencio y en tanto uno asimila lo que ve y escucha se va hundiendo en el pesar de tantas muertes, tantos perseguidos, tanta infamia.
Había muchos grupos de escolares y liceales. ¿Cómo entiende un niño alemán de hoy esa historia? ¿Qué otras historias les resuenan de tíos o abuelos?
La otra cara (o la misma) se ve en el Museo Judío, donde el Arq. Daniel Libeskind hizo una escultura de un edificio. Al lado de un viejo edificio prusiano se levanta un volumen irregular revestido de zinc. Se entra por el edificio antiguo y se accede al nuevo por un tunel subterráneo. Desde afuera parecen dos edificios separados pero están conectados por líneas invisibles, como el pueblo alemán y el pueblo judío.
El edificio nuevo tiene tres corredores o ejes que dirigen el recorrido: el eje del exilio, el eje del holocausto y el eje de la continuidad que termina en la exposición permanente que cuenta la historia de los judíos en Alemania.
El eje del exilio es un corredor que asciende para terminar en el jardín del exilio, que es un cuadrado de hormigón "sembrado" por 49 columnas huecas equidistantes en las que crecen olivos en su interior. El piso no es horizontal y uno sólo ve tramos parciales del espacio. La inclinación del piso genera cierta confusión y mareo, como las sensaciones que acompañaron a los que tuvieron que empezar una nueva vida en países lejanos. Pero es prometedor: se ve el cielo y dentro del hormigón crecen los árboles, pero es incierto y duro también.
El eje del holocausto está escoltado por algunas historias con nombre y apellido contadas por objetos personales. Un paquete que una mujer envió a Estados Unidos a su sobrina unos días antes de ser enviada a un campo de concentración, permaneció cerrado hasta que fue evidente que no volvería a buscarlo. Unas fotos de un novio, artículos de tocador y un anillo fueron las posesiones que la mujer intentó proteger. Termina el corredor en una torre de hormigón de base triangular estrecha y completamente vacía. La única luz natural entra por una hendija de la arista superior del prisma. Una pesada puerta se cierra detrás de uno al entrar.
El eje de la continuidad no tiene nada en las paredes del corredor que conduce a la exposición permanente ubicada tres pisos más arriba. El arquitecto buscó poner en evidencia el vacío que la ausencia de judíos hoy en Alemania ha generado y lo trabajoso que es darle continuidad y por eso se accede a la exposición permanente por una empinada escalera.
La cicatriz del muro recorre la ciudad en una línea de dos adoquines por detrás de la puerta de Bradenburgo, por el medio de la Poszdammerplatz, por delante del museo Bauhaus. Cuesta entender la lógica de los muros de encerrar la vida de los pueblos, de impedirles moverse, mezclarse. No se entiende la lógica de los muros entre México y Estados Unidos, entre Israel y parte de Cisjordania, entre barrios de Berlín.

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