Holanda I.




Holanda desde el aire parece un puzzle armado sobre una mesa en el que los relieves sólo se intuyen por el cambio de colores. Ya desde el aire es perfecta.

Y viniendo del Africa impone cierta distancia. La perfección no me conmueve, tal vez me maraville, no sé. Pero en un principio me incomodó un poco.

Wageningen es una ciudad universitaria espaciosa, verde y moderna con no más de 40.000 habitantes. Y uno la recorre entre bosques recortados por calles señalizadas con extrema prolijidad y casas y jardines pequeños y cuidados. De pronto, de los bosques cruzan bandadas de jóvenes en bicicleta, todos rubios y altos como walkirias en procesión. Tienen un idioma muy difícil pero como todos hablan inglés la comunicación es fácil y la gente amable, aunque algo inexpresiva. En Wageningen todo está claro y parece fácil y todos parecen vivir bien sin extremos ni ostentación.

Desde el 2006, está pasando de ciudad universitaria con edificios en distintas localizaciones a un campus donde se han concentrado los edificios y laboratorios de primer nivel, como el Atlas de Biotecnología construido por Vignoli, el uruguayo que también diseñó Carrasco y que en su envoltura de red algo se parece al estadio chino. O el Ayax, portador de, toda la tecnología de sustentabilidad energética así que lo que aparenta un piso superior de madera es un tanque de agua que en verano se calienta con el sol y se usa en el invierno como calefacción. El concepto es centralizar las edificaciones y así hay un gran aulario para todos los institutos y una maravillosa biblioteca donde es un gusto trabajar. Porque también trabajan allí muchos docentes de horario libre o de laboratorios a los que se les ha sacado de las oficinas para pasar a un sistema de planta flexible en el cual la Universidad te provee de laptop y celular y uno trabaja en cualquiera de los múltiples lugares públicos o semi públicos que hay. Very interesting.

Amsterdam es otra cosa, pero las hordas de turistas enmascaran su verdadera identidad. Posiblemente para descubrirla se requiera más tiempo. Pero se la intuye única. Atrae su fama de ciudad libre, en la que todo es posible, más viniendo de un país donde el debate por el consumo libre de marihuana está candente. Hay que verlo. Y ver las chicas detrás de las vitrinas en el Red Light District vendiendo sexo legal y limpio. Y hay que ver el Museo del Sexo porque es el más antiguo, aunque el de Paris sea mejor.

Dentro de cierta algarabía y cientos de turistas, diría que es un relajo con orden. En los coffee shop te venden marihuana dosificada según tu experiencia pero no alcohol y las bicicletas siguen circulando con prioridad por las callecitas del Distrito Rojo. No hay drogadictos tirados en las calles pero el olor a marihuana está en todos lados y el humo te nubla los ojos. Las chicas que se exhiben se ven muy jóvenes y son hermosas. Más en la periferia las mujeres son más viejas y sufridas.

El resto de Amsterdam es más tranquilo. Ya al otro lado del canal sobre la avenida Damrak que va hacia la Plaza Dam la fisonomía cambia. También es otra en el Museumplein donde, entre parques, se pasa del Museo Van Gogh al Rijksmuseum.

Y es otra también desde el agua donde la atmósfera se refresca y el silencio de los puentes se quiebra sólo por el ruido de las lanchas y el timbre de las bicicletas. Es otra mirada, la de las casas flotantes, la de los canales estrechos, la del Amstel que llega al mar.

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