Matar a López. Mario Sarabí

Es la primera novela de Sarabí, poeta y artista plástico que en esta oportunidad incursiona en la narrativa. La historia está bien contada y la estructura de la novela y el desenlace están muy bien logrados. Sarabí logra crear una atmósfera depresiva y decadente que dan marco al ambiente del pueblo imaginario que mucho se parece a Paysandú o a Casablanca. La prosa exuberante, con abundante uso de adjetivos y adverbios opera como blindaje, en cierta medida, para el acceso del lector. Buena historia a la que el cierre, lúcido, inesperado, la vuelve redondita.


Comentarios

  1. El día 12 de agosto, en el Centro Universitario (Paysandú) se suspendió la presentación de Matar a López. Motivo: desinterés. Nos encontrábamos en el lugar, 7 personas, amigos que nos quedamos un rato a charlar de temas diversos. En fin, qué ciudad patéticamente llana. Alguien podría decir que todas las ciudades son iguales. Pues entonces cambiaríamos la frase, mas no el sentido. No sé si esto me provoca verdadera tristeza o desprecio. Por lo pronto me siento expulsado; y eso se suma a la pregunta de más abajo.
    Viva el fútbol, las fabricas, el individualismo...
    Y el arte? la expresión intrínseca del ser humano? El arte no, sino se come ni nos hace ver más lindos.
    Tampoco se come un campo florecido, una palabra de amor, el gesto de un niño... y sin embargo:

    HAY QUE COMPADECERLOS ( decía: Oliverio Girondo)
    No saben.
    ¡Perdonadlos!
    No saben lo que han hecho,
    lo que hacen,
    por qué matan,
    por qué hieren las piedras,
    masacran los paisajes…
    No saben.
    No lo saben…
    No saben por qué mueren…

    Se nutren,
    se han nutrido
    de hediondas imposturas,
    de cancerosos miasmas,
    de vocablos sin pulpa,
    sin carozo,
    sin jugo,
    de negras reses de humo,
    de canciones en pasta,
    de pasionales sombras con voces de ventrílocuo.


    Viven
    entre lo fétido,
    una inquietud de orzuelo,
    de vejiga pletórica,
    de urticaria florida que cultiva el ayuno,
    el sudor estancado,
    la iniquidad encinta.


    No creen.
    No creen en nada
    más que en el moco hervido,
    en el ideal,
    chirriante,
    de las aplanadoras,
    en las agrias arcadas
    que atormentan el éter,
    en todas las mentiras
    que engendran las matrices de plomo derretido,
    el papel embobado
    y en bonina.

    Son blandos,
    son de sebo,
    de corrompido sebo triturado
    por engranajes sádicos,
    por ruidos asesinos,
    por cuanto escupitajo se esconde en el anónimo,
    para hundirles sus uñas de raíces cuadradas
    y dotarlos de un alma de trapo de cocina.

    Solo piensan en cifras,
    en fórmulas,
    en pesos,
    en sacarle provecho hasta a sus excrementos.
    Escupen las veredas,
    escupen los tranvías,
    para eludir las horas
    y demostrar que existen.

    No pueden rebelarse.
    Los empuja la inercia,
    el terror,
    el engaño,
    las plumas sobornadas,
    los consorcios sin sexo que ha parido la usura
    y que nunca se sacian de fabricar cadáveres.

    Se niegan al coloquio del agua con las piedras.
    Ignoran el misterio del gusano,
    del aire.
    Ven las nubes,
    la arena,
    y no caen de rodillas.
    No quedan deslumbrados por vivir entre venas.
    Sólo buscan la dicha en las suelas de goma.
    Si se acercan a un árbol no es más que para mearlo.

    Son capaces de todo con tal de no escucharse,
    con tal de no estar solos.

    ¿Cómo
    cómo sabrían
    lo que han hecho,
    lo que hacen?

    ¿Algo tiene de extraño
    que deserten del asco,
    de la hiel,
    del cansancio?

    Solo puede esperarse
    que defienden el plomo,
    que mueran por el guano,
    que cumplan la proeza
    de arrasar lo que encuentren y exterminarlo todo,
    para que el hambre extienda sus tapices de esparto
    y desate su bolsa ahíta de calambres.

    Son ferozmente crueles.
    Son ferozmente estúpidos…
    Pero son inocentes.

    ¡Hay que compadecerlos!

    M.

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  2. No sé si todas las ciudades son iguales. Nosotros estamos cansados de organizar eventos culturales, artísticos y que no vaya nadie. A otros van. Aún no entendemos qué es lo que convoca a la gente, además del fútbol y la política.Pero hay que seguir en el intento, no desalentarse.

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