El sueño del celta. Mario Vargas Llosa


Me gusta Vargas Llosa y más allá de la polémica por la concesión del Premio Nobel de Literatura 2010, creo que sus méritos literarios son incuestionables. Coincidieron, entonces, la entrega del Premio y la polémica, con la aparición de su última novela, un proyecto para el que se documentó durante años: El sueño del celta. 
El autor de tantos libros excelentes, como La Guerra del Fin del Mundo (1982), La Fiesta del Chivo (2000), por no citar los que lo hicieron más famoso como La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969), no supera su propia marca y se queda, nadando playito, en una historia interesante pero que insensibiliza a pesar de ser un inventario de atrocidades.
El sueño del celta toma como materia prima la vida de Roger Casement (1864-1916), un irlandés que denunció los abusos de los países colonizadores en África y en América Latina. A raíz del descubrimiento de este mundo despiadado en el Congo belga y luego en la Amazonia, Casement pasó de ser un leal defensor de la corona británica, nombrado incluso caballero, a ser uno de sus más acérrimos críticos, un revolucionario por la independencia de Irlanda que  finalmente terminaría ejecutado bajo el cargo de alta traición.
La novela presenta dos planos narrativos alternados: el primero está ubicado en 1916, año en que Roger cumplía su condena en una cárcel londinense, esperando la conmutación de su pena o su ejecución; el segundo vuelve a su historia de vida, desde la infancia a los años en que nació el ánimo aventurero que lo llevaría a embarcarse a África como diplomático de Inglaterra, y llega hasta los últimos años de Casement, en los que encaró las actividades independentistas. 
La historia es entretenida, el personaje sumamente interesante, pero Vargas Llosa prefiere ser “más extenso que intenso”, como dice un crítico que leí en estos días. No profundiza en el conflicto moral y las contradicciones que debió atravesar Casement cuando se dio cuenta que lo que Inglaterra hacía con su amado país no distaba mucho de lo que había presenciado en los territorios de ultramar. No aparece su lucha interna, el sufrimiento psicológico del protagonista, sino que Vargas Llosa le cuenta al lector todo lo que el personaje sufrió. ¡Así no, Mario! 
Y por otro lado, los episodios de los abusos en las colonias los detalla con suma minuciosidad, pero siempre aparecen contados por otros. Y en parte es así, ya que Casement nunca presenció los abusos y se valió del testimonio de terceros, por lo que las atrocidades, sin cara ni nombre no logran hacer mella en el lector. El mismo Vargas Llosa hizo decir a uno de sus personajes en La guerra del fin del mundo: “Es más fácil imaginar la muerte de una persona que la de cien o mil (…). Multiplicado, el sufrimiento se vuelve abstracto. No es fácil conmoverse por cosas abstractas”. El pez por su boca muere.
Lamento decir que la novela es una buena historia, pero desaprovechada, en la que el autor no supo sacarle el lustre a un personaje con tantos matices. Igual, léanla y saquen sus propias conclusiones.

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