220. La Quinta de Bolívar. Bogotá

Bajando del Monserrate, los muros de la quinta nos guían hasta la entrada. Es un hermoso predio donde el aire se filtra entre el follaje húmedo. La casa fue residencia del Libertador poco tiempo y él no estuvo en ella más de 400 días en estadías salteadas.
Hay un esfuerzo de reconstrucción, algunas habitaciones logran crear el ambiente por donde andaba el General. El dormitorio impresiona por lo que ya se sabe: Bolívar medía 1,57 m y calzaba 33. Por su lado el cuarto de la estufa murmura historias de complots, enmiendas y estrategias. Cuentan que en Bogotá en aquella época sólo existían tres estufas a leña, una de las cuales construyó Bolívar en estilo prusiano. No cuesta imaginar la vegetación del parque envolviendo la casa en brumas de finas gotas frías y al General dictando una carta al pie de la estufa.
Por detrás de la casa, en la despensa y la cocina queda atrás el estilo francés y volvemos a las raíces americanas. En las ollas de hierro negro la india María Luisa se afana en contentar a Manuelita y corre a la huerta a recoger la verdura para el sancocho. José Alvarez fue el hortelano de Bolívar, un español prisionero que fue obligado a recordar sus oficios de Castilla.
El General también tenía un baño de inmersión en unas terrazas altas en el jardín, al que invitaba a sus huéspedes a acompañarlo, ya que tenía la demencial costumbre de bañarse cada quince días.      



Hoy la quinta está rodeada por la Universidad de los Andes y bandas de muchachos, comedores y boliches le ponen bohemia al barrio.  


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