207. Otra visita

Por la puerta entreabierta una señora asomó la cabeza y preguntó por mi. El pelo de varios colores, que denunciaba los meses sin tinta, estaba recogido con descuido en un broche. La piel colgaba flácida de los pómulos y marcaba unos surcos hacia abajo a partir de los labios. Una sombra violácea le rodeaba los ojos. Era alta y delgada, pero la espalda parecía pesarle y le curvaba la figura. 
-Soy Fulana, -se presentó-, fui amiga de tu hermano. Su nombre sonó en mi cabeza y aparecieron sus hermanos, la cara de sus padres, su propio recuerdo borroso.
La saludé con afecto mientras buscaba en el fondo de sus ojos color miel algún vestigio de la hermosa muchacha rubia que no había vuelto a ver por treinta años.

Comentarios