193. Destinos y azares.

Así como hay una forma reconocida para volverse médico o arquitecto, hay tantas formas de volverse escritor como escritores hay. A mí me gusta revisar sus vidas porque siempre me enfrentan al abanico de historias y me hacen reflexionar sobre mi misma. 
A veces siento que no sé nada, que aún no he leido nada. Que de Quevedo o de Dante sólo conozco lo que me mostraron en el Liceo y ni siquiera leí Poeta en Nueva York de García Lorca, que es peor. Y millones de libros y obras más, que permanecen en mi ignorancia sin inmutarse. Hace poco escuché un video de Borges en la televisión española en el 76 y me maravilló su humilde erudición. Como la de Benavídez, hace menos y más cerca. Y entonces me siento burra y me propongo una rutina sistemática para leer los clásicos o un autor en particular, que sólo queda en el propósito, por cierto. Y luego me acerco a la historia de Murakami o de J.K. Rowling quienes se pusieron a escribir como herramienta de sobrevivencia en la mitad de su vida, sin que hayan sido precoces escritores o niños prodigios. O Sábato que dejó una carrera académica de Física y se fue al norte argentino a escribir, gracias a que su mujer trabajó y mantuvo el hogar. No quiero enumerar las miles de anécdotas de penurias que los escritores pasaron para llegar a ser quienes son, sino explorar cuanto hay de destino o de azar en lo que lograron. ¿Por qué alguien que nunca escribió, un día se lo propone y lo hace? Algún otro salió a pintar paredes o a coser vestidos. ¿Cuánto de destino y cuánto de azar?

Comentarios