Mariposa nocturna

La vi desde la vereda de enfrente. La mariposa nocturna caminaba alrededor del farol alejándose unos cinco metros a cada lado para regresar siempre bajo el halo protector. El mango del paraguas en su mano centellaba en el vidrio de la panadería. Ella ondulaba las caderas con cadencias de mar bravío. El ruedo de la falda no llegaba a cubrirle las enaguas y dejaba al descubierto unos botines de tacón que resonaban en la noche sobre el empedrado mojado. No había nadie en la calle. La humedad impregnaba los muelles de olor a pan recién horneado que se mezclaba con el pescado de la carga y el aceite de los barcos que se intuían cercanos.
Su trajinar alrededor del farol acompañaba el bamboleo de un chal raído que apenas cubría el volado de una blusa mal abrochada en la última estocada. Desde mi lugar de observación, la piel del escote refulgía blanca como una mariposa en la luz. Un esmerado desfile para el cliente invisible. El pelo mal peinado también hablaba de afanes y apuros
El repicar de los tacones se prolongó entre los muros de la noche y huyó en retirada. De pronto, un carro con caballo rompió la secuencia conocida del taconeo. Como una aparición, fuera del ritmo de la calle irrumpió con sus hierros chispeantes y por segundos dejé de verla en la vereda de enfrente. Un grito se mezcló con el golpe del animal contra el farol y el chirrido de las ruedas en un deslizarse largo, extremo, como en varios tiempos. El cochero intentó evitar el vidrio de la panadería pero no pudo, dejando a la mariposa tendida sobre el empedrado, con el peinado sin armar, el paraguas deshecho, el ruedo de la falda remangado hasta las rodillas y la piel del escote que refulgía roja, como un pétalo de rosa en la luz. 

Comentarios