175. Recordando a Pedro y Pablo o el Chapulín Colorado en Baires.

En un comercio de ropa para hombres en calle Florida le compré una remera a Jorge que no le gustó. No hay problema, se puede cambiar, le dije. Guardé la factura y la bolsa de la tienda para cambiarla en el próximo viaje.
Allí fuimos, con mi hija, el sábado con la remera dentro de su bolsa. Nos atendió un vendedor alto y delgado, de prolijo traje gris oscuro, corbata azul y abundante cabellera blanca. Parecía muy profesional, aunque se comportaba con frialdad y no se esforzó mucho en mostrarnos alternativas. Sacaba remeras y pulóveres de los estantes sólo si se lo pedíamos y hablaba sin mirarnos. Mantenía su vista por encima de mi cabeza. Claro, medía al menos 40 centímetros más que yo. Yo lo observaba. Sus movimientos displicentes, su deslizarse por el piso encerado, sus comentarios de entendido en modas y negocios. No dejaba de causarme gracia ese aire de superioridad en su minúsculo destino de dependiente de tienda. 
Al final elegimos una nueva remera que rápidamente embaló, pasó a la caja y me dijo:
- Tiene que abonar una pequeña diferencia, porque ésta sale $179.
- Yo pagué por la otra también $179. -le contesté con cierta intranquilidad porque tengo mala memoria hasta para defenderme.
- No, la que devuelve sale menos. -insistió.Recordé entonces que tenía la factura anterior en la cartera. Se la mostré al cajero que vio que había pagado $179. El vendedor elegante giró sobre sus lustrados zapatos y se fue hacia el fondo de la tienda. Sin mirarme, por supuesto. Mucho menos, disculparse. 
Me acordé de Pedro y Pablo ("bronca porque roba el asaltante, pero también roba el comerciante"), pero preferí parafrasear al Chapulín Colorado y decirle "¡No contaban con mi astucia!"  

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