158. Las videoconferencias o el mundo en observación

Ayer participé de tres entrevistas por videoconferencia. Yo aquí sola y a 400 km tres hombres conectados conmigo. Cada vez es más habitual en algunos lugares de trabajo. Y no es lo mismo. La calidad de la comunicación o el intercambio no son los mismos. A mí no me gusta mucho y cuando puedo prefiero viajar, pero debo reconocer  que ahorra tiempo, dinero y salud (casi un refrán).
El asunto es que no somos muchos los que nos hemos ido acostumbrando a esta modalidad de trabajo. Y la gente se olvida que a cientos de kilómetros hay otro que escucha, observa y , a veces, también quiere hablar.
La segunda entrevistada era una mujer. Joven pero madura. No podía reconocerle bien los rasgos pero parecía bonita y vestía bien. Seria, solvente, estableció de entrada un juego de seducción con los tres hombres presentes. Ellos aceptaron las reglas con la naturalidad de viejos caballeros (al menos dos). Bromas, sonrisas, lenguaje corporal. La historia del mundo vista por televisión o como si estuviera en una cámara Gesell. Todos se olvidaron de mí y yo decidí escuchar y observar. 
La segunda entrevista fue a un hombre conocido por al menos dos de los entrevistadores. Una larga charla entre amigos, por la que transitaron recuerdos de infancia, expectativas, proyectos. Faltó la grappa para entrelazar las almas y sentirnos en el boliche. En un momento, el entrevistado  levantó la cabeza y me pidió disculpas por no incluirme en la conversación. Claro, era como un cuadro en la pared. Y si me movía, podrían imaginarse en el mundo de Harry Potter. 
Una experiencia casi indecente de espionaje psicológico.

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