154. No es cursi, es verdad.

Hoy me desperté un poco dolorida, como me sucede a veces cuando el día anterior fue tensionante. El ya se había levantado. Yo lo sentía trajinar en la planta baja y me llegaban efluvios a café recién molido. En la duermevela demoré en recordar que era mi cumpleaños. Sólo el espacio vacio de su lado de la cama acompañó mi vuelta consciente a la mañana. Pensé que me hubiera gustado que me despertara con cariño o que me trajera un café. A los pocos minutos subió, se sentó en el borde de la cama y me dijo que se iba a trabajar. Me dio un beso, me deseó un buen día y se fue. La noche anterior, cuando se hicieron las 12 me había saludado por el cumpleaños, pero ahora sólo me pasó la mano por la cabeza y me dijo que tuviera un buen día. 
En general, trato de no amargarme por lo que no puedo resolver. Pensé que él también estaba exigido, con un día cargado de actividades y la perspectiva de un viaje al extranjero esta misma noche. No me enojé ni me amargué, sólo me sentí algo decepcionada.
A su tiempo también me levanté yo. El ya se había ido. A mi me quedaban un par de horas antes de ir a la oficina. Me puse a trabajar en unos informes que debo y a leer los diarios por internet. En eso sonó el timbre y fui a atender. Un muchacho con casco me extendió un ramo de pimpollos rojos envuelto en celofán que traía una tarjeta con su nombre. Los años, las hormonas, el amor o la sorpresa me hicieron brotar las lágrimas. No podía dejar de llorar ni pude, hasta que el ajetreo banal de buscar donde ponerlos me secó los ojos y me acomodó el pecho.

Comentarios