Hoy, después de visitar el Palazzo Piti, casa de los Medici en Florencia, estuve a punto de tener el Síndrome de Stendhal. Tanto dorado, tanto estuco y tantos caireles casi me hacen perder la conciencia. Sin hablar de los cientos de cuadros que uno comienza apreciando con interés y termina recorriendo al azar y sólo deteniéndose en un paisaje con luz o en una mirada viva o en una cromatografía fuera de lo habitual. Algo que nos llame la atención. Deshecha, volví al hotel a tomar una siesta. Demasiado barroco. Stendhal tenía razón.
Hoy, después de visitar el Palazzo Piti, casa de los Medici en Florencia, estuve a punto de tener el Síndrome de Stendhal. Tanto dorado, tanto estuco y tantos caireles casi me hacen perder la conciencia. Sin hablar de los cientos de cuadros que uno comienza apreciando con interés y termina recorriendo al azar y sólo deteniéndose en un paisaje con luz o en una mirada viva o en una cromatografía fuera de lo habitual. Algo que nos llame la atención. Deshecha, volví al hotel a tomar una siesta. Demasiado barroco. Stendhal tenía razón.
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