104. La casa Lis.



No permiten tomar fotos adentro. Ni siquiera desde la terraza hacia afuera.
Cuando salgo del edificio de apartamentos donde vivo, me enfrento a la Casa Lis. Construida sobre la propia muralla de la ciudad medieval, la fachada de vitrales de colores y hierros refleja el cielo. Fue una residencia particular y ahora funciona como museo de Art Decó y Art Nouveau. La reja de acceso fracturó la muralla y la canalizó con dos escaleras custodiadas por faroles que envuelven a una venus.
Hoy se entra por la puerta de la calle de atrás y tiene estructura de museo, no de casa. De la construcción original sólo conserva esa fachada, una enorme banderola, también de vitrales, que cubre todo el patio central, las aberturas de madera y algunos pisos.  Igual es disfrutable.  Se respira una atmósfera a aquellos tiempos que a mí me remite a lo de mi abuela paterna, aunque su familia, a diferencia de la de mi madre, no era moderna.
Allí se exhiben colecciones de muebles, juguetes, pinturas, joyas, vidrios, abanicos y adornos, sobre todo, adornos. Los muebles desde Gaudí y colaboradores a la escuela de Nancy. Maravillosos los artículos de vidrio, aquellas lámparas que del pie a la pantalla representaban imágenes de la naturaleza a través de técnicas de vidrio soplado en varios colores. Los floreros, estilizados como las ninfas que presidían los escritorios o las escaleras, esa lánguida figura femenina, como la pretendió representar la moda de velos y tules. Pitilleras de nácar o plata, perfumadores de vidrio labrado, bailarinas de porcelana o vidrio, ingeniosos mecanismos que permitían que algunas de esas estatuillas, además de bailar, se denudaran. Erotismo en los adornos, crítica mordaz en los utensilios de uso diario como palilleros, caroceros, corta puros y el lujo de la Belle époque en las joyas que eran libélulas, flores o moños y hasta en los tapones de los radiadores en cristal  con forma de dioses griegos alados.

¿Y dónde está la abuela? Estaba en la colección de juguetes de lata y de muñecas de porcelana. Estaba en los muebles, en los marcos de los portarretratos, en los jarrones de vidrio azul y blanco de largo cuello como para abrazar narcisos. O en la lámpara de vidrio esfuminado y en la vitrola. Y en los adornos utilitarios, tan feos, de tan mal gusto, como la cabeza de un pelado de nariz roja, totalmente perforada donde se podían poner los escarbadientes o en el carocero en forma de inodoro, que con formas parecidas, aparecían en las reuniones familiares. Estaba la casa, no mi abuela.
Una suave música de aquellos años locos acompaña el recorrido. Jazz, foxtrot, charleston. Y mientras me paro en las vitrinas a mirar los objetos, me imagino a las tías Erla y Oriola pegadas a la radio escuchando radionovelas.


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