A orilla del Tormes, un parque lineal de
álamos, sauces y abetos en la orilla. Juncos y cañizos metiendo los pies en el
agua. El río límpido parece que no corre y espeja a las torres de la ciudad y
los arcos de los puentes.
El más cercano, el romano, construido en el
siglo I DC, se encabeza por un verraco decapitado. Me paro debajo de las
piedras milenarias y no logro abarcar los ojos que lo han mirado y las manos
que lo han tocado. La mitad más alejada de mi orilla fue reconstruida en el
siglo XVI y, hacen la salvedad, porque aquella mitad es moderna. Viniendo de un
país de apenas 200 años, no me da para sutilezas de 1500.
Ciclistas, corredores y caminantes disfrutan de ciclovías y senderos entre el
follaje que empieza a enrojecer.
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