82. Regalos de Navidad


Hace poco vi en Facebook un video que mostraba que los niños que creían en Papá Noel o en los Reyes Magos pedían regalos exorbitantes: todo lo que veían en las vidireras o les ofrecían en la tele. Sin embargo, cuando les decían que le pidieran el regalo a sus padres rápidamente volvían sus demandas mucho menos materiales, y aunque las fueran, remitían a regalos más cercanos a lo posible.
La otra noche escuché a una amiga contar que su hijo armó un berrinche porque la pistola de agua que le habían regalado no era exactamente la que quería. Por supuesto que el niño fue incapaz de apreciar los regalos de los abuelos y los tíos o de disfrutar los fuegos artificiales. Tampoco comió el helado y le amargó la fiesta a todos mientras pataleaba a los gritos al pie del arbolito. Los padres, mis amigos, avergonzados y culposos, decidieron esconder la famosa pistola arriba del ropero y lo dejaron llorando solo hasta que se calmó. 
Más allá de la incapacidad del niño para manejar la frustración, ¿no habría sido más fácil si no hubiera construido sus expectativas bajo el supuesto de que Papá Noel es mágico y en una noche recorre el mundo entregando regalos? La historia es hermosa, todos la hemos disfrutado de alguna manera pero creo que termina provocando más daño que alegría. ¿No sería mejor contarles la leyenda como tal y decirles que en homenaje a aquel señor que recorría el mundo vestido de rojo o a aquellos reyes de Oriente que llegaron siguiendo la estrella a ofrendar al Niño Jesús, los papás les compran regalos a sus hijos? 
Cuando yo era chica deseaba con fuerza una cachila verde de lata, con toldo de lona negra y a pedal en la que podías subirte y andar. Incluso cabían dos niños. La pedí en la carta a los Reyes más de un año pero nunca no me la trajeron. Y mi mayor desazón fue cuando una mañana vi pasear en el autito que yo había pedido al vecino de enfrente. Yo quería ir a reclamárselo y explicarle que los Reyes se habían equivocado pero mis padres no me dejaron. Nunca logré entender que el otro niño hubiera recibido mi regalo y yo debiera conformarme.   
Tampoco entendía que los niños de la familia que vivía al lado de casa, que era muy pobre, apenas recibieran regalos si se habían portado tan bien como yo. ¿Por qué los Reyes hacían esas diferencias?
Compartir con los niños las historias como leyendas, como cuentos que se trasmiten de padres a hijos desde hace muchos años tal vez pudiera ayudarnos a enfrentar el consumismo desmedido que aflora por estas fechas y acercarnos a los pequeños gestos, a los regalos hechos a mano o a la importancia de que alguien te dedique un tiempo en buscar algo especial para tí.
 

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