En la noche sin sueño los sonidos se agrandan. Crujen las tablas de la escalera como si un espíritu marcara sus pasos. El motor de la heladera irrumpe con un brusco arranque y lleva el ronroneo hasta los rincones del techo. Allí queda, zumbando mientras las agujas del reloj marcan el ritmo con paso militar. "Sólo falta una canilla que gotee", pienso, y me tapo la cabeza con la sábana para no escuchar más. Mi pensamiento parece desencadenar la catástrofe: una catarata de agua se desprende de la cisterna del baño. Mana y drena, sonando contra las lozas del inodoro con prolija continuidad. No queda otra. Hay que levantarse a tantear con fuerza el botón hasta que calce. Miserias de la modernidad.
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