62. Trasnochada

En la noche sin sueño los sonidos se agrandan. Crujen las tablas de la escalera como si un espíritu  marcara sus pasos. El motor de la heladera irrumpe con un brusco arranque y lleva el ronroneo hasta los rincones del techo. Allí queda, zumbando mientras las agujas del reloj marcan el ritmo con paso militar. "Sólo falta una canilla que gotee", pienso, y me tapo la cabeza con la sábana para no escuchar más. Mi pensamiento parece desencadenar la catástrofe: una catarata de agua se desprende de la cisterna del baño. Mana y drena, sonando contra las lozas del inodoro con prolija continuidad. No queda otra. Hay que levantarse a tantear con fuerza el botón hasta que calce. Miserias de la modernidad.   

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