57. Una cena frugal

Trabajo entre diez y doce horas por día. Llego a casa y apenas atino a volar los zapatos. Ahora estoy sola. El perro espera que yo llegue luego de haber pasado solo en el jardín tanto tiempo como yo estuve afuera. Está ansioso. Me recibe a los saltos, saca la lengua y salta contorneándose. Le doy algo de comer y me desparramo en el sofá. Como algo que esté hecho: algo como un pedazo de queso, unas aceitunas y, cuando tengo resto, una ensalada de atún con tomate. Si hay, me tomo una copa de vino. A veces me duermo mirando la tele. Mirando cualquier cosa. Sólo es el ruido y las imágenes. 
El otro día me desperté dos horas después de haber llegado, con el cuello dolorido y la boca pastosa. La tabla, que tenía el queso que había estado comiendo, estaba limpia. El perro también dormía. La media horma de queso no apareció. Probablemente se disolvió en el estómago canino. 

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