Bajo
la lluvia, un hombre se acercó a la vidriera del comercio de
antigüedades buscando la protección de la marquesina. Miró a
través del vidrio. En segunda fila se veía un costurero de pie,
taraceado en dos maderas, que por su tapa abierta mostraba un forro
de terciopelo rojo empalidecido por los años. El hombre sintió un
estremecimiento que le subió desde los talones y le golpeó la
garganta. Apenas logró sostener el paraguas, pero lo apretó con
fuerza hasta que los dedos le dolieron. Otras personas se amontonaban
también bajo el alero y el hombre, de espaldas a la lluvia, parecía
hipnotizado por el reflejo del vidrio.
Volvían
como un rayo las imágenes a su mente. El pecho blando de su abuela
con la camisa de dibujos azules que lo sostuvieron mientras lloraba y
el desparramo de libros, ropa y juguetes que quedó después que los
verdes se llevaron a su madre para siempre. Ese costurero también
había desaparecido junto con otras cosas que no quedaron
desparramadas. En todos estos años, la había evocado tantas veces
que los rasgos de la cara se le desdibujaban gastados por el
recuerdo. Ni la foto en blanco y negro enmarcada sobre la biblioteca
le devolvía una imagen viva.
Retenía
el desconcierto del momento en que su mamá lo metió bajo una cama y
la visión de un buzo rojo al que se abrazó cuando escuchó
quebrarse los vidrios de la puerta. Esos recuerdos volvían.
En
el costurero no había pensado. Nunca es estos años. Hasta que lo
vio. Reconoció entonces los dibujos de la madera recorridos por sus dedos de niño y las vueltas de las patas que le
daban el aspecto de un cangrejo enorme. Cerró los ojos y el olor
muelle del forro y los hilos le inundó el pecho y hasta sintió la
tibieza de la alfombra del cuarto donde la madre cosía con la
abuela.
La
lluvia comenzó a disminuir de intensidad y la gente, guarecida bajo
la marquesina, a ralearse. El hombre, con su paraguas en la
mano, continuó mirando la vidriera. Descargó su emoción sobre la
empuñadura que crujió apenas al partirse. El hombre giró y se
apoyó en el vidrio. Lentamente, dejó deslizar su espalda hacia el piso al tiempo
que el paraguas caía.
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