9. Juana

Una mañana fría de julio del año que llegué a Montevideo, el semáforo en rojo me detuvo en el cordón de la vereda al salir del callejón de Tristán Narvaja. Cada día me animaba a descubrir la ciudad gris en los itinerarios de humedad de las paradas de autobuses y sus destinos, entre los rincones oxidados de las estatuas, en las hojas arremolinadas entre las patas de los bancos y las huellas de las escalones. 
Aquella mañana vi venir, como si una grieta del tiempo se hubiera abierto en la niebla, una cureña tirada por un caballo y conducida por un cochero de librea. Todo negro y desolado. Varios transeúntes se detuvieron a mirar y algunos hombres se quitaron el sombrero que les protegía la cabeza del frío. Pregunté al aire qué era aquello.  El frío de la mañana se me coló entre los abrigos hasta los huesos. “Murió Juana”, contestó una voz. No precisé que me dijeran cuál: Juana de América, Juana, la que me enseñó a navegar en las manchas de humedad marchaba por última vez como un grabado en tinta china entre la bruma.
Fue aquella imagen desdibujada por los efluvios del frío, abriéndose paso entre los coches y omnibuses de Montevideo, sin que siquiera mereciera un cortejo, la que me atravesó como un puñal de hielo. ¿En qué país nos estábamos convirtiendo? Juana no fue perseguida, sin embargo, aquel cuadro de carro de kermés entre el tránsito me ubicó en el lugar que el país colocaba a sus poetas.

Mi madre adoraba a Juana, me recitaba sus poesías en las tardes de verano y me leía los cuentos de Chico Carlo bajo el limonero. Cuando cumplí dieciocho, mi abuelo me regaló “Lenguas de Diamante”, en una caja que, más que un libro, era un contenedor de arte: cada poesía en una cartulina con dibujos de Soldi, el pintor argentino. Lo he guardado durante años a la espera del momento de tener casa propia para encuadrar las ilustraciones. Aún no lo he hecho, aunque ya tengo casa y he tenido varias con los años. Ya creo que no lo haré, aunque a veces lo abro, miro sus láminas, leo algún poema y vuelvo a aquellos tiempos en los que lo que más me conmovió fue el entierro de una poeta a escondidas. 

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