Albi y Santa Cecilia




Siguiendo las indicaciones de Mme Tourrand seguimos a Albi a ver una enoroorme catedral, construida por aluvión de siglo en siglo y según caprichos o deseos del rey y cardenal de turno. Una estructura del siglo XII, reformada en el XV y así sucesivamente para dar hoy un aspecto de inmenso Dieste del pasado, con un pórtico gótico agregado después y sin explanada de acceso porque el crecimiento de la ciudad se opuso a los planes del proyectista. Adentro, en una atmósfera que si no fuera tan turística sería sobrecogedora, la música de un enorme órgano colocado arriba del altar inunda todo. El techo en arcos de no sé que siglo, despliega un colorido cielo con estrellas doradas y ángeles. No hay rincón en paredes o techos que no esté pintado, logrando diferentes efectos. El climax del eclecticismo de esta nave es el altar, tan actual que data de 1982, y en atrevidos diseños de mármoles y nácares de colores preside el espacio por delante de la capilla de Santa Cecilia.

Centralmente, un coro gótico, cerrado a la vista del público te indica la pasada devoción de los canónigos expresada allí 7 veces al día. 1 euro para entrar a esa zona y 3 para subir a la pieza del tesoro: prometedor. Por tres veces más se podría esperar al menos el doble de esplendor, que ya es mucho decir. Por una estrecha escalera caracol se sube a la refaccionada pieza del tesoro... ¡casi totalmente vacía! Llegando, un cartel bien te informa que esa es la pieza, y que hubo un tesoro, pero que éstos no están visibles al público. Oh lala! Tampoco te dicen porqué el cartel no está abajo, antes de subir la incomodísima escalera.

Luego de un fiasco, el mayor. Resulta que Santa Cecilia, patrona de la Música, adquirió esa condición a partir de la interpretación libre de un ignoto escribiente que en la traducción de sus obras milagrosas cambió "corazón" por "órgano" y así la costumbre de la santa de rezar "desde lo profundo de su corazón" pasó a significar que lo hacía acompañada por un órgano, y de ahí a patrona de la música, un paso. Y fue así que, por los siglos de los siglos, ha sido su protectora, parece que con buen suceso, dicho esto más por mi amor al arte que a Santa Cecilia. Por otro lado esta chica romana, muchos años atrás, por el 200 DC, se casó con un desventurado señor Tiburcio que nunca pudo imaginar que tal acto le acarrearía tamañas desgracias a su vida. Para empezar, ya en la noche de bodas, Cecilia (porque todavía no era santa) le comunicó que un ángel se le había presentado para pedirle que conservara su virginidad para servir mejor a dios. El pobre Tiburcio, me imagino que desolado, al menos intentó conocer al ángel, y cuando lo consiguió, no sé si por resignación o por milagro, se convirtió al catolicismo, intentando, al menos, compartir algo con su novel esposa. Pero eso no termina allí, sino que allí empieza: el prefecto romano, enterado de su nueva fé lo encarcela y lo mata, en tanto encierra en una especie de prisión domiciliaria, a la Sra. Cecilia, quien continúa con la mala costumbre de amparar a todo aquel que quiera convertirse al cristianismo. Eso le cuesta que el prefecto la sentencie a morir en la hoguera. La hoguera no la mata, por lo que el prefecto, ya ensañado, decide decapitarla pero no puede: sólo consigue hacerle 3 tajos en el cuello. Finalmente, a los 3 días, desangrada y sin auxilio, muere esta niña empecinada. La urna de oro que contiene sus huesos (los restos de un radio se muestran sobre ella sostenidos como por una pinza) que recogieron los mismos que tradujeron sus obras, es de lo poco que hay en el cuarto del tesoro. Muerta sí parece que merece lo de Santa, aunque, además de rezar con música o con profundidad de corazón no le pude conocer otro milagro que el de resistirse a morir por manos infieles. Hete aquí una historia, pura leyenda, que levantó una catedral gigantesca y que, 1800 años después, sigue recaudando en su nombre millones de euros para ver un cuarto vacío.

Au côté de l’église está el Palais de Berbis, que supo ser residencia del Cardenal, of course. Allí hoy se encuentra el Museo de Toulouse-Lautrec, verdadero genio del dibujo de personajes. El museo te va llevando desde los retratos que otros artistas pintaron de él, hasta los dibujos sobre cartón, apenas trazos, en celeste, negro y sombreados de blanco. Fantásticos ensayos de obras que te van resonando en la memoria: esa línea esboza una espalda que conozco, ese trazo delinea una figura inconfundible. Varias salas con estudios de mujeres bailando, cantando o descansando en eróticas languideces, gordos lascivos o simpáticos artistas, impúdicos deportistas de finales de 1800, te van llevando, cargando el color o el trazo hasta la sala más alta, después de 2 tramos de escaleras, a la consagración de su obra completa de gran adelantado de la publicidad moderna: sus afiches y sus litografías, tal vez más decolorados que lo que el merchandising quisiera, impresionan desde los muros en penumbras de estas salas llenas. Y también está el bastón con copa de Toulousse- Lautrec, en el que podía esconder hasta medio litro de alcohol cuando ya no lo dejaban beber. Sin salir solo de su casa, tullido y repleto de color murió en 1901, cuando el siglo que despuntaba le podría ofrecer mucha más noche para vivir.

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