Fin de semana en l'Aveyron: Millau y Peyre.




Hermoso paseo por la región de Larzac, con un Tarn que no sé si es el mismo de Gaillac. La invitación era para ir a Milliau,100 km al norte, a buscar un auto que Paulo había roto hacía un mes en la ruta y que la Cía. De Seguros se lo había dejado en un taller mecánico allí. ¿Qué había para ver? El mayor viaducto del mundo, recientemente inaugurado. Tiene 2460m de largo y 343m de altura en su punto máximo. Une 2 cerros entre Bézier y Clermont Férrand, mediante racimos colgantes de hierro que simulan los chorros de agua de una fuente en el aire. Es imponente y refuerza esa magia que logran los franceses al poner juntos el pasado más antiguo con los flamantes productos de la modernidad.
De ahí, ¿a dónde?, le preguntamos a la vendedora de la patisserie donde comimos. La oferta turística era enorme, estábamos en la región de los Templarios y los Hospitaliers, así que había para elegir. Si yo tuviera que elegir, dijo la muchacha, iría a Peyre, que no está en la guía pero es diferente y muy linda. Allá fuimos, apoyados en el conocimiento local. Llegando ya quedamos impresionados por una línea de casa pegada a un enorme risco de color rosado. De las murallas de roca se ensanchaban fachadas de casas como si a la montaña le hubieran crecido abscesos. Más cerca el embrujo se refuerza por la belleza del Tarn que corre cristalino en meandros entre un bosque con colores de otoño. Desde la altura se ve su recorrido pasando bajo el imponente viaducto.
El pueblo fue construido en el siglo XI y son 2 líneas de construcciones que sostiene la montaña mirando hacia el río. Nada más. 220 habitantes y una iglesia trogloditique, que no sé bien qué es pero supongo que tiene que ver con esa construcción sobre la piedra integrándola en las paredes posteriores y laterales de la construcción. Desde afuera, la iglesia se eleva contra la roca, angosta y en 3 pisos, por dentro, pasando la puerta, entramos en una cueva de ambiente único donde se realizaban las ceremonias y se refugiaban los pobladores frente a eventuales ataques enemigos. Por el costado se accede a las cavernas de los 3 pisos superiores, donde cabía el pueblo entero. Siempre pienso, en tanto vamos conociendo diferentes poblados, en las condiciones de vida terriblemente dura de los habitantes de la Edad Media: me imagino la vida de unas mujeres sujetas al dominio indistinto del padre, del marido o los hijos; la mugre se hace evidente cuando uno recorre las instalaciones, me imagino las ratas, el sexo y las enfermedades. No puedo pensar en la princesa recluida en la torre con vestidos de seda y tocando el laúd. Me imagino el pueblo desdentado, durmiendo sobre paja y muriendo a los 30 años de vejez absoluta. Paola siempre se pregunta por qué los habitantes de ahora eligen tal aislamiento. Ella quiere saber del confort en las casas modernas. ¿Qué esconden las fachadas ancestrales? ¿Qué hacen diariamente para vivir? ¿Cómo resuelven lo cotidiano?
El aire claro de un otoño que se niega aparecer nos muestra desde las parcelas de labranzas marcadas por cercas de piedras, allá lejos sobre la montaña, hasta el viaducto gigante encuadrando el paisaje de tarjeta postal.

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