La hora de los niños

Era la hora de los niños. Como por arte de magia aparecieron sobre el tapete niños de pelo rojo y niños de pelo blanco, niños con trencitas y niños sin zapatos, niños gigantes y niños peludos. Todos bailaban al arrullo del inolvidable aroma del pastel de frambuesa, recién cubierto de nubes. La flauta de la abuela Pita esperaba en silencio la llegada de los cachorros para echarse a andar, en tanto el tambor de cuentas de mariposa resoplaba mientras el niño de ojos lila sacudía los pies. Sobre las tablas de aluminio del piso del cuarto, se desparramaban bolitas de caracol, autitos de filigrana y muñecas de charol. Todos participaban de la algarabía silenciosa del enjambre de infantes que danzaba. Así como llegaron en un estruendoso batir de alas de luciérnaga se perdieron en la noche de brisas mentoladas.


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