Abeokuta o la tierra del índigo

Camino a la ceremonia de coronación pasamos por Abeokuta a 77 km de Ibadan pero a 3 horas de viaje. Siempre la misma historia: carreteras ruinosas, llenas de camiones y vehículos que apenas andan, cuando no se rompen y quedan parados trancando el tráfico. Se sabe a la hora que se sale, nunca a la que se llegará. Abeokuta es la tierra del índigo, el colorante natural de color azul que se extrae de una planta del mismo nombre. A Horacio, aunque tal vez ya lo sepa, le mando el nombre científico: Lonchocarpus cyanescans. Parece que hay unas 240 especies de plantas que pueden proveer del colorante, pero de diferente calidad, persistencia y tono de azul. Las tinturas Yorubaland son reconocidas por su calidad y se conocen desde el siglo IV aunque los europeos las descubrieron recién en el siglo XVI. Por años este fue el colorante por excelencia para sacar al algodón de su blanco y su búsqueda provocó varias guerras en Africa Occidental. La capacidad de dar a las telas un profundo color azul fue una habilidad misteriosa y altamente valorada que se pasaba de generación en generación de madres teñidoras o iya alaro a hijas. Junto con las técnicas de extracción de la tintura se desarrollaron las de teñido y se hicieron muy populares el adire eleko, en el que el diseño se dibujaba con almidón de yuca aplicado con plumas, peines, moldes de madera, etc., que deja un rastro blanco sobre la tinta; el onike o tye&dye, que consiste en atar la tela antes de teñir; el batik en el que la cera sustituye al almidón de yuca y otras técnicas cuyos motivos o su significado son propios de las familias que los realizan. En territorio Yoruba, además son famosos los amarillos, naranjas y marrones que se sacan de la corteza de la nuez y otras hojas y plantas. Abeokuta no difiere en su aspecto de gran mercado de las otras ciudades de Nigeria que he ido conociendo pero acá el atractivo son las telas que, dobladas y ordenadas por colores, se ofrecen en las mismas casetas oscuras de Ibadan. En la Guía Bradt también recomiendan visitar el sector de juju del mercado, que provee de fetiches a los que acuden a la Roca Sagrada u Olumo Rock a las afueras de la ciudad, donde aún se realizan sacrificios, según dicen, incluso humanos. Buscando el juju salimos de la primera línea de puestos por entre las casetas y cuando quisimos acordar estábamos en el centro de la manzana, dentro de las casas de la gente y en medio de los tendederos de telas. Muy perdidos, entre bandadas de niños que nos gritaban oyibo (= oíbo; blanco) y se mataban de risa y mujeres que cosían en la puerta de unos cuartuchos oscuros con viejas Singer a pedal, dimos vueltas, preguntamos por el juju market y no pudimos más que desandar camino y volver a la calle, luego que nuestra compañera metió la sandalia en un barro de naturaleza sospechosa y unos jóvenes comiendo en una especie de patio nos miraron con cara de pocos amigos. Nadie nos quiso decir sobre el juju market y muchos se negaron a que les sacáramos fotos. Una joven le hizo un gesto de reserva a un muchacho que parecía que nos iba a indicar y sólo le dijo oyibo. El muchacho no habló.

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