Ceremonia de coronación.















Casi de sorpresa Jorge llegó un día diciendo que el Rey de Itori nos invitaba a la coronación del Baale de Itori Kingsdom. Además de la sorpresa, las ganas de no perdérnoslo. La causa de la invitación era que muchos de los familiares del Baale y del Rey trabajan en IITA .
Llegamos con la ceremonia empezada y el salón lleno de gente. El viaje fue largo: unas 4 horas para hacer 100km por una de las carreteras más congestionadas y deshechas que he visto. Hacía mucho calor y el aire acondicionado no andaba bien porque un loco suelto (loco, sí, loco) se las agarró contra nuestro auto a los puñetazos y, además de abollarlo, aflojó los cables. Cansados y chorreando sudor, igual llegamos a tiempo al Palacio Real, una construcción de material, económica y decorada con estridencia, pero amplia y prolija. Allí se llega por un camino secundario de unos cien metros bordeado por montones de basuras, autos chocados y abandonados y casetas de madera. Plena Nigeria. Detrás de un muro con portón de metal se encuentra el Palacio Real, que nos recibe en un amplio patio de cemento donde se habían colocado unos toldos blancos para resguardar del sol a las personas que no habían entrado en el salón de la ceremonia porque había gente hasta la puerta. Los trabajadores de IITA que conocían a Jorge y a Irmgard, insistieron con que entráramos a ver la ceremonia pero preferimos quedarnos en el patio junto con los demás. Así que no vimos mucho, y sólo nos quedó una foto robada que Jorge sacó.
La alegría de la gente y el lujo y colorido de sus trajes es lo más remarcable. Cada familia se viste con la misma tela; hombres y mujeres diseñan luego sus vestidos según el gusto de cada uno. Así que desde lejos se veían grupos uniformes de azules y verde que eran la familia del Baale, otros bordados en celeste agua, otros de marrón y beige, otros con violeta. Sobre las cabezas, el más asombroso despliegue de tocados y sombreros, con telas y diseños más personales aún que los vestidos. Son los akedes, de telas brillantes y almidonadas que llegan a levantarse 40 cm de las cabezas de las mujeres. El vestido y el sombrero no siempre combinan, aunque sí con el detalle de los accesorios o con una banda que se atan a la cadera o llevan a los hombros.
Una vez terminada la ceremonia salieron todos al patio, Baale incluido, y un conjunto de músicos alborotaron a la gente con su ritmo y me persiguieron un rato hasta que entendí que querían que les sacara una foto. Los músicos tocaban unos tambores llamados ilú, que tienen alrededor de la lonja una corona de cencerros y que se tocan con un bastón curvo de metal o madera. Son de diferente diámetro de boca pero todos pequeños y se ponen debajo del brazo para tocar.
IITA había prestado un ómnibus y una camioneta para llevar a la gente a la fiesta, todos vestidos de azul y verde. Luego de la ceremonia había una recepción en un salón cercano y allá fuimos: unas 200 personas de las cuales sólo nosotros cinco éramos blancos. Si bien en este país siempre somos minoría, en esa oportunidad me sentí más fuera de lugar que nunca. Tal vez porque nos habíamos metido dentro de su cultura.
La recepción fue en un salón comedor de mesas largas con manteles blancos y sillas de PVC. Había reservado un lugar para el Baale pero no apareció. El menú consistía en arroz blanco, arroz amarillo y un pedazo de carne estofada, servido con generosidad en un plato para comer ¡con cuchara! Nada de alcohol, sólo agua y refrescos en botellas individuales. No quería ser despreciativa con la gente que se mostraba tan abierta y hospitalaria con nosotros, pero la verdad es que tenía temor que la comida fuera muy picante. Lo que no sospeché fue que cortar la carne con cuchara sería una dificultad adicional. Cuando me puse el primer bocado de arroz rojo en la boca supe que no era para mí. Se me llenaron los ojos de lágrimas y me bajé la botella de agua de un sorbo que no dio más que para mojar la mucosa que siguió ardiendo. Sin embargo, no resultó tan difícil cortar la carne con cuchara porque se deshilachaba de tan cocida. Revolví un poco, me comí el arroz blanco y me di por cumplida. Por suerte, como faltaban platos para algunos comensales los levantaban rápido y creo que el desprecio pasó un poco desapercibido. Esta comida, que parece sencilla para nosotros, fue muy costosa porque acá el kilo de arroz cuesta US$ 6,7. ¡De verdad un banquete real!
Sentadas frente a nosotros, tres mujeres impecables, de la familia del Baale pidieron otro menú que no entendí. Al rato, cuando ya estábamos terminando nosotros les trajeron una carne saltada con otros menjunjes poco reconocibles, sólo que en un caso llegamos a distinguir una cabeza de pescado con ojo y todo. Junto con el plato venía una bolsita de nailon con una especie de masilla gris, el amala, que nos explicaron que era una especie de puré de yam. Las señoras frente a nosotros desenvolvieron el paquete y sin ninguna elegancia y casi sobre el plato comenzaron a comer con las manos ayudándose con el puré para pescar los sancochos. Bastante menos elegantes que mis amigos etíopes.
Después empezó la música, un muchacho en un órgano eléctrico más otros dos que hacían percusión y segunda voz, alegraron el ambiente con cantos al estilo jamaiquino, con lo que vimos una vez más que “nada se crea todo se transforma”. Música muy pegadiza que iba agregando estrofas, como improvisadas, hizo mover a todos los presentes, pero sólo de hombros, porque estábamos muy apretados dentro del salón.
En tres oportunidades algunos jóvenes recorrieron las mesas con regalos, en dos eran ¡bolsas de nylon!, la otra un canastito de plástico para niño, de esos de tiras trenzados. La gente se desesperaba por recibir los regalos y el hombre al que Jorge le dio el canastito quedó muy agradecido. También repartieron jabón en polvo pero a nosotros no nos tocó.
Eso fue todo, decidimos salir al patio para emprender el regreso y ahí encontramos que las mujeres, reunidas por familias, bailaban, algunas con sus bebés a cuestas. Y nos invitaron a bailar y nos pedían que les sacáramos fotos a ellas y a los bebés. Bellísimas.
Ya nos íbamos y llegó el Baale, con su sombrero y su bastón y todas las mujeres empezaron a rodearlo arrodilladas y cantando. Algunos le tiraban billetes, que él no agarraba, pero sí las mujeres. El Baale se metió en el salón, que ya estaba casi vacío y continuó saludando a su gente que le besaba la mano.
Esta estructura tradicional convive con la estructura político administrativa de la República. Hay unos cuantos reinos, que incluyen jurisdicciones más pequeñas que son gobernadas por los Baale. Junto al Baale gobierna el Baloku que es el jefe del ejército que protege al Rey y la Idoja, o mujer del reinado, que gobierna junto al Rey en asuntos de mujeres. No es la esposa del rey, esa es la olori, sino una mujer electa por las mujeres para que gobierne sus asuntos. El Baale es electo por la gente de su distrito y es el referente cultural. Tiene el cometido concreto de velar por las tradiciones y entre los Baale de un reino se elige al próximo rey, cuando éste muere. En algunos reinos existe una aristrocracia, una familia real y los cargos se suceden. En Ibadan, en cambio, se eligen entre los Baale y por los Baale. Como un Papa, diríamos.

Comentarios

  1. hola,
    navegando por internet encontre de casualidad su blog,mi nombre es manuel soy paracticante de la tradicion indigena yoruba de africa occidental, y me a gustado mucho su experiencia con mi practica religiosa.
    me gustaria hablar con usted para compartir sobre este tema mi correo es adifafun@hotmail.com.
    un saludo y..
    O dabo.

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  2. Hola Manuel,
    en realidad no tengo mucha experiencia con la religión yoruba. He ido 2 veces a Nigeria y vuelvo a ir este año, pero sólo sé lo que un observador inquieto puede saber. Por lo que te pueda servir, a las órdenes.

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