Paseo del Arte. Museo Reina Sofía.





El Reina Sofía es magnífico aún antes de entrar. Los ascensores vidriados sobre la vieja fachada del Hospital San Carlos dan cuenta del propio espíritu del Museo. Es el museo de arte contemporáneo que arranca a finales del siglo XIX y llega por 16 salas a nuestros días con exposiciones temporales. En un edificio severo de gruesos muros y piso de piedra se desarrolla este museo moderno como no he visto (bah!, no he visto tantos) otro. En las colecciones pero sobre todo en la concepción: fue el único museo, incluyendo las iglesias, en que pudimos tomar fotos en el interior. Uno se va perdiendo sala a sala por el mundo que se hacía añicos de principios de siglo XX y en el esfuerzo de las vanguardias por plasmar esa sensibilidad: los posimpresionistas, los cubistas, los dadaístas, los surrealistas ofrecen este abanico de visiones en correlato con los tiempos que les tocó vivir. Pasamos por los primeros Picassos, Gris y los bodegones, el desnudo en la playa de Tagore, la ventana de Dalí y emocionantes Barradas y Torres García en el primer mundo, al lado de los más grandes. Pero la vedette innegable es el Guernica que se yergue único en una sala y lo rodean en otras más pequeñas los estudios a lápiz o en color, en papel o en tela; otras obras contemporáneas, como las de Juan González que descubrí y afiches y documentos de la Guerra Civil y que centran el momento histórico que vivía España. Incluso se puede ver la maquette del Pabellón de España en la Exposición Universal de Paris en 1937, donde se colgó el cuadro por primera vez. Contemplar la obra, tantas veces vista en libros, fotografías y películas remueve escombros del pecho y la cabeza y pone una lámina de lágrimas en los ojos.
Picasso, Miró y Dalí merecen un comentario aparte. Sala a sala uno entiende que Picasso reinventa la pintura con el cubismo al sacudir la visión estática del mundo, creando “ventanas” que descomponen la perspectiva tradicional y no puede quedar indiferente al pasar del realismo de principios del siglo XX a la nueva mirada que proponen los cubistas. Luego el otro sacudón, los surrealistas que no sólo plantean una revolución, sino que es una revolución con manifiesto político y todo. Dalí da rienda suelta al inconsciente para liberar al sujeto de una moral caduca y corrupta y a través de “El Gran Masturbador” o “Memoria de la mujer-niña” u otras, le da unas bofetadas al orden establecido. En medio de este paseo, por primera vez, miré y “entendí” Un Perro Andaluz de Dalí y Buñuel. Luego de lo putrefacto y la confrontativo Joan Miró es poesía. Me maravillo de mi misma al acercarme a los mensajes del arte. Mirar los mismos cuadros de Miró, que cuelgan de las paredes de mi casa como un disfrute de color, desde la propuesta de la pintura como escritura, me desencuadra y emociona. Los veo con otros ojos, como dice el propio Miró, “el lienzo es sólo un campo de color con un sistema de signos que riman entre si”. Frente a la dudosa verdad de la representación, de la imitación, el pintor reinventa el signo. Fantastique!
Luego del trauma de la Segunda Guerra Mundial, las propuestas abstractas del fracaso de la modernidad y la imposibilidad de la utopía se muestran en una sala en la que el frío te recorre la espalda. Los entiendo, pero no me llegan. A continuación otra sala, pequeña, conserva en actitud militante, tal como la que ellos tuvieron desde sus exilios, los cuadros de la última época de Picasso y Miró que son una reivindicación de la pintura y un guiño de color a las nuevas generaciones frente a la estética del horror y el desgarro. Los cuadros más despojados de representación de Miró y las ironías de Picasso se disfrutan en esta sala.
Luego pasamos al nuevo edificio del Museo. Podíamos haber terminado allí pero seguimos el recorrido a nuestras épocas, nuestros contemporáneos.
Y de paso por una sala nos topamos con un video que es una historia de vida: Charlotte Wolff, una psicóloga que a los 81 años retorna a su Berlín natal, cuarenta y cinco años después de haber emigrado a París y luego a Londres. La muestra son sus recuerdos, escritos en una pantalla en español e inglés y en proyección paralela fotos de vuelo dentro de un avión de los años setenta. Los recuerdos de Charlotte sobre el Berlín que conoció y su vida se entremezclan con las vivencias y el Berlín que está viendo. Una sorpresa que nos atrapó dentro de una muestra de Matthew Buckingham llamada Representantes del Tiempo.
Seguimos el recorrido y nos metemos en los últimos años del siglo XX y la globalización y el consumismo. En todas estas salas el cine y el video tienen un papel central. Vuelve a aparecer el arte “politizado” y en particular me atrajo un perchero con trajes (Alice Creischer). Representa las condiciones de trabajo y la lucha de los trabajadores de la textil Bruckman de Buenos Aires, cerrada por sus dueños en el 2002 y recuperada por los obreros que tomaron el desafío de mantenerla en funcionamiento.
El broche de oro, la exposición temporal de Juan Muñoz, una retrospectiva de un artisita desconocido para mi hasta entonces y que, como nos dijo una cuidadora del museo, “te puede gustar o no, pero no te deja indiferente”. Desde una habitación con cien chinos de tamaño natural sin pies y sonriendo, a unos enanos también en tamaño natural jugando al billar hasta el hombre de resina que recostado contra la pared modula ininterrumpidamente “mamá”, te conmueven, te remueven y te acompañan hasta con sus sombras mucho rato después de haber dejado el museo.

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