Entre tigres y cachorros


Bajan de la camioneta y se dispersan en parejas por las calles de tosca llenas de baches y bolsas de nailon que cuelgan de árboles y alambrados. Al frente, más lejos, se ve el río. En parejas, con tablillas, formularios y lápices los voluntarios del Relevamiento de Evaluación del Riesgo comienzan la jornada en la que pretenden censar a las 5799 personas que fueron damnificadas por las últimas inundaciones de noviembre y diciembre. La herramienta, un formulario diseñado por el Grupo de Gestión Integral de Riesgo (GGIR) de la Universidad de la República, comandado por la Arq. Adriana Piperno y la Lic. Graciela Loarches, que empezaron a trabajar en el tema en el 2007 con las inundaciones de Durazno y Treinta y Tres y ya lo han aplicado además en Artigas y Salto en noviembre de 2009. En Paysandú no se pudo hacer el relevamiento cuando comenzó el retorno de las familias a sus casas. La dimensión de la catástrofe era tan grande que los servicios municipales y las organizaciones reunidas en el CCOED (Comité Coordinador de Emergencias Departamental) sólo trabajaron sobre la emergencia. El relevamiento quedó para después, cuando la sede local de la Universidad (Centro Universitario de Paysandú) pudo contar con los estudiantes para que trabajaran a campo. En Artigas en noviembre y en Durazno ahora en marzo, los relevamientos se hicieron con estudiantes de FEUU que vinieron desde Montevideo y desembarcaron en las localidades para colaborar con el trabajo. Salto y Paysandú, los dos departamentos con más historia de Universidad apelaron a sus capacidades locales.

El trabajo empezó el lunes 15 de marzo en el Centro Universitario (CUP) con la capacitación a más de 60 voluntarios que concurrieron a prepararse para un trabajo de campo que posiblemente lleve más de diez días. Son 1200 padrones desde los planos aéreos pero la realidad ha demostrado que en cada uno puede haber dos, tres o más viviendas. Con base en la zonificación elaborada por los técnicos del GGIR, la logística y el ingreso de datos es local. El grupo de voluntarios es heterogéneo: muchachos de la generación de ingreso a la Universidad junto a veteranos voluntarios del MIDES más otros estudiantes de más edad. Gorros, championes, botellas de agua, cámara de fotos y cinta métrica son el equipo de los relevadores que no sólo deben apuntar lo que los vecinos contestan sino tomar fotos y medir niveles. Piperno explica el alcance de la información: “Nos quedamos con lo que dice el vecino, aunque sospechemos que no nos está diciendo la verdad anotamos su respuesta. En Artigas, aclara, en el barrio de los bagayeros sólo uno dijo que ese era su oficio. Con estos datos no podemos decir que no hay bagayeros en Artigas, a lo sumo podríamos decir que hay uno solo…sincero”, agrega sonriendo.

El martes se empezó por la zona de la que se evacuó más gente en menos tiempo y el equipo supervisor hizo base en el comedor del Barrio Nueva York. Al frente, el equipo docente del CUP, encabezado por María José Apezteguía, de la Unidad de Extensión, organiza formularios y traslados. A medida que los voluntarios van llegando con los formularios completos Pablo los chequea y los va ingresando en la base de datos. El barrio tiene otro color. Los muchachos se desparraman por las calles, llaman en las casas y preguntan si les quieren responder unas preguntas. También preguntan si los dejan sacar fotos. La población está alertada por los técnicos del MIDES y en su gran mayoría los esperan con gusto. Quieren hablar de lo que les pasó. Mostrar las cicatrices de la desgracia. Para algunos estudiantes es el primer contacto con una cara del país que no sospechaban. La inundación ha sacado a flote las condiciones en que viven cientos de compatriotas y están conmovidos. Algunos traspasados. Otros mantienen sus emociones a distancia y transitan de manera automática por las preguntas del cuestionario. “Esta señora, dice Carla, estudiante de Fisioterapia, señalando a una mujer flaquita y de labios hundidos que nos mira desde una portera, vive con tres nietos y una hija de 16 años que está embarazada”. Los niños corren descalzos por un patio de tierra apisonada que rodea la casa de costaneras que dejan entre sí una luz de un centímetro en algunos lados. Sólo hay una pieza de material que es el baño que levantó el PIAI. Cada niño es hijo de una madre diferente. “Este es el Yonita, la madre se fue y me lo dejó”, dice la abuela Elsa que tras las arrugas y las encías vacías no tiene más de 45 años. “Este otro es el Kevin y es hijo de la mayor que está presa y aquella más grande, dice señalando a una nena de unos 8 años que se asoma con un dedo en la boca, es de un compañero que tuvo la que está presa y se quedó acá”. En esa casa el agua entró 78 cm y todavía se nota la humedad en la única pared de material. “En las de costanera se seca más rápido, orea mejor, ¿vio?, pero la humedad del piso es la que no se va. Una tira el colchón en el piso y se moja todo”, explica. Como ha pasado cierto tiempo, ya no se justifica relevar la emergencia y según donde se pregunte hay reclamos o satisfacción con la tarea de las autoridades. Los vecinos identifican a la Intendencia más que al Comité de Emergencia como responsable del operativo.

En calle Garzón hacia el sur, barrio de gente trabajadora que se autoevacuó a casas de familiares, están conformes con el apoyo recibido. “Desde el 59 que no se veía algo igual, aunque nosotros también salimos en el 92, ni se compara, ahí el agua apenas llegó a la entrada”, dice Héctor, un jubilado que se fue a la casa de su hija cuando lo alcanzó el río. “La Intendencia limpió la vereda y los patios”, explica. No tiene quejas y no se iría del barrio aunque le dieran una casa nueva. “A este barrio no lo cambio por nada; si ya sabemos lo que hay que hacer: tener pocas cosas y no acumular cachivaches”.

En cambio en Avenida Brasil, donde en épocas lejanas vivían las familias ricas de Paysandú y hoy habitan familias de clase media que han visto desvalorizarse las casas por estar en zona inundable, la queja es la constante. “El gobierno es el culpable”, repiten como una consigna. “La represa fue mal manejada y el gobierno está haciendo plata con nosotros”, insisten en cada vivienda aunque no llegan a fundamentar la afirmación.

“No ponga que vendo ropa de bagayo. O ponga que es usada”, le pide Mirta a Sebastián un estudiante de Tecnólogo Químico. “Lo que pasa es que me conviene porque yo cobro una pensión en la Argentina y cuando cruzo me desquito con la ropa”, continúa. Mirta siempre vivió en el barrio, en el 59 tenía un rancho a la vuelta, en el medio de un descampado que ahora está lleno de gente. “Aquella vez me llevaron con los cuatro gurises a los galpones de Pena pero en ésta me agarró peor”, explica. “Me venía como una cosa pensar en entrar de nuevo a esta casa que se me había estropeado con el agua. Será que uno está más vieja o que ya había logrado algo en la vida, pero no quería volver y ver todo deshecho”. A media cuadra de un gran basural Mirta tiene una casa prolija que se nota recién pintada. Se queja de que la Intendencia ni apareció por ahí y que algunos vecinos limpiaron solos y que otros, que son más sucios, dice, viven aún en la mugre. “Los que tiran basura en el descampado son gente del centro que vienen en auto y tiran acá porque no les importa nada”, sostiene Mirta y nos muestra las marcas del agua en los árboles de la calle. Mientras conversábamos, un hombre a pie, de apariencia igual a las personas que estamos relevando, llega al baldío con una bolsa, mira alrededor, la revolea y la tira. Luego se va silbando bajito. Le busco los ojos a Mirta que no me mira.

“Y sí, si me dan un terreno yo me voy”, dice doña Elvira, pequeñita, de ojos enterrados en un monte de arrugas. “A mí ya me dieron un terreno en las otras inundaciones. Pero lo vendí porque precisaba plata para mi hija, que es enferma y me volví para acá. Pero sí, a mi me gustaría que me sacaran de acá”.

Al regreso repasamos las fotos que han tomado los muchachos. Muchas manchas de humedad en los techos evidencian goteras seguras en un verano lluvioso como pocos, rajaduras viejas que se agrandaron y pozos sépticos con mal mantenimiento. ¿Cuánto contribuyó la inundación? ¿Y cuánto puso al descubierto?

Las Instituciones del CCOED, principalmente el MIDES y la Intendencia insistieron en hacer el relevamiento a pesar de haber pasado un tiempo. Los resultados les van a servir para pensar políticas públicas de mediano plazo. Hay que encarar realojos, hay que prevenir, hay que pensar en la atención de salud. Para el Centro Universitario lo positivo es, además, acercar estudiantes a las tareas de extensión. “Lo mejor es ver esta casa llena de muchachos”, dice María José desde la casa patrimonial de la Universidad. “Es capital que acumulamos, desarrollamos sentido de pertenencia y los formamos mejor”, agrega. Los estudiantes que se han prendido a la convocatoria, ya sea como actividad curricular o voluntaria se acercan desde otro lado a la realidad, abren las cabezas hacia el trabajo solidario y seguramente tendrán otros ojos para mirar la misma ciudad; a los vecinos se le amplían las expectativas sobre el destino de sus reclamos y los voluntarios del MIDES marcan una raya más de viejos tigres.

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