Aeropuerto Murtala Muhammed. Lagos


Entre miles de personas que gritan y no respetan una fila hicimos el check in para viajar a España. Antes, hay que abrir las valijas que son revisadas por dos funcionarios en forma sucesiva. Abren bolsas, despanzurran paquetes, esculcan todo. Y ahí quedan las valijas como almohadones destripados, prontas para ser pesadas y despachadas. Nuestra vida es algo más fácil porque vamos custodiados por un funcionario del IITA. Luego a correr porque siempre alguno se mete por delante diciendo que se le va el vuelo u otra excusa por el estilo y nuevamente control. Esta vez con rayos X al equipaje de mano y a tu persona. Dos policías, mujer y varón te cachean, sacan los zapatos, prenden las notebook, similar a la paranoia desatada en todos los aeropuertos desde hace unos años, pero acá es a los gritos. Y uno ni entiende lo que le dicen pero sí entiende que lo agreden.

Embarcamos. De nuevo control de pasaporte y me preguntan si el pasaporte, que tiene anulada la página de hijos menores, no está anulado en su totalidad. Claro, no entienden español. Pasamos luego a un pasillo, lleno de gente sentada en asientos o en el piso, de pie, conversando, gritando, riendo. El aire está estancado. Ya no se siente el aire acondicionado del resto de las salas y somos muchos. Otra vez nos abren los equipajes de mano y dos funcionarios, esta vez del aeropuerto, te revisan el cuerpo. Mucha gente lleva enormes bolsas como equipaje de mano. A algunos le sacan los bultos y discuten. A todos les abren y les dejan el equipaje revuelto. Se escucha el llanto de un niño que no encuentra consuelo en la espalda de la madre y dentro de la tela que lo acarrea. Con una sola mano la madre le libera los brazos y el niño parece quedar más tranquilo. Miramos a través de un vidrio la pista y las maniobras de acondicionamiento del avión que acaba de llegar de Madrid. Hay como una cofradía entre algunos de los que esperan para embarcar, pero no llegaron juntos. Hablan en yoruba, arman grupo y se ríen. Deben ser viajeros habituales.

Dan la orden de subir al avión, primero mujeres con niños. Es el desbande: todos pretenden pasar. Nosotros también porque hay que acceder a los compartimientos para el equipaje de mano que son acaparados por los de las bolsas de plastillera. Y por supuesto que cuando llegamos ya está todo ocupado por sus bultos. Hacemos lugar a la fuerza.

En un tramo de la manga de embarque quedamos detrás de dos muchachas nigerianas que viven en España. Una nos cuenta que su hijo de 10 años no quiere venir más a Nigeria porque cuando lo trajo a los cuatro se asustó del tumulto del aeropuerto y ahora dice que “son todos negros”. “Tu madre y tú también”, cuenta ella que le responde, pero él no ha cambiado de opinión y no ha vuelto en seis años. La otra nos pregunta si estamos en Nigeria por trabajo o paseo. Por trabajo, respondemos. Les deben pagar muy bien, nos contesta con una sonrisa amarga.

Comentarios

  1. Gracias por acercarme un poquito más a Nigeria... por un momento mi imaginación ha volado al aeropuerto de Lagos...
    Laura.

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