Colorida caravana


Estuvimos una hora para llegar de IITA a Ibadan y son 7 km. A veces avanzábamos apenas, a veces no avanzamos por largos períodos. Tampoco podíamos volvernos. Algunos conductores impacientes intentaban adelantar por la banquina, cuando existía, y otros se largaban por la vía contraria, sólo hasta que un camión en el sentido inverso les cortara el paso, empeorando el trancón. Habíamos quedado detrás de un camión grande de maderas a listones pintadas de varios colores y leyendas que le cantaban loas al Señor. Era un muro ante nosotros y llevaba tapada la carga con lonas negras mal atadas que hubiera volado si soplara el viento. Colgados de las barandas a distintas alturas, se veían muchachos. Desde mi lugar en el asiento de adelante del auto veía unos cuatro muchachos. Serios, a contraluz apenas se distinguían los rasgos, con la ropa muy sucia, algunos con el torso desnudo. La primera vez que quedamos parados uno de ellos se deslizó hacia abajo hasta la ruta, se paró contra el paragolpes trasero, es decir frente a mí, a no más de un metro y se puso a mear. Imperturbable. En minutos lo imitó otro que se paró de costado, otro entre los pastos del borde del camino. Descendían como monos de sus árboles, apenas deslizándose para aliviarse en público. Luego cuando el camión avanzaba, con la misma tranquilidad se trepaban por las barandas hasta la altura que el impulso les alcanzaba. Nueva a parada y nuevo descenso a mear contra el camión, de frente a la gente sin pudor, como un acto asociado por completo a su naturaleza. Eran muchos más que cuatro. Uno se agachó en la banquina con las rodillas más arriba que la cintura, con una mano se bajó el pantalón apenas dejando la cola al aire y dejó la camisola cubriéndolo, hizo caca y se volvió a subir cuando el camión ya arrancaba de nuevo.

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