Berlin II o los efluvios del imperio






El Berlín imperial, el de las glorias prusianas, el de los edificios de Schinkel que Hitler quiso igualar, quedaron en el sector este de Berlín. La puerta de Bradenburgo, la avenida de nombre poético como verso de Schiller (unter den Linden), la Isla de los Museos, la Universidad Humboldt, la catedral de Berlín, que nunca albergó a un obispo porque no es católica aunque lo parezca. Todo detrás del muro.
En la vitrina de occidente construyeron un centro cultural, el Kulturforum en el Tiergarten, para que el Este no monopolizara la cultura. Allí, la Berliner Philarmonie es la sala de conciertos donde Herbert Von Karajan reinó como director principal durante tantos años.
Pero el núcleo cultural de Berlín es la Isla de los Museos, una isla del río Spree que atraviesa Berlín y qué, por iniciativa de varios reyes prusianos, fue albergando museos con colecciones de arte, hoy Patrimonio de la Humanidad. Berlín tiene 365 museos, difícil tarea la de abarcar tanta maravilla. Elegimos ir al Museo de Pérgamo, que es un museo al revés, porque el edificio no fue construido para albergar obras de arte, sino que primero se trajeron las obras de arte, y después, a su alrededor, se construyó el edificio, así que uno traspasa la puerta y entra en un templo helénico, o en un mercado romano. Lo más impresionante, de todos modos, es la puerta de Ishtar, trasplantada desde Babilonia a las márgenes del río Spree con todos sus 14 metros de altura y 10 de ancho y sus ladrillos azules de lapislázuli, sus relieves mitológicos y sus diseños. Uno se imagina a Nabucodonosor recorriendo la avenida de los leones rumbo a la puerta para acceder al templo de la diosa Marduk para celebrar el año nuevo. Y no atina a saber si siente admiración por el trabajo de reconstrucción o ira por el despojo. Igual que lo viví en el Louvre. Leo que hoy entre las ruinas de las murallas de Babilonia en Irak se encuentra acampado el 155º Regimiento de Combate del ejército de Estados Unidos.


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