161. Donde quede el alma.

Otra vez la angustia que me asalta el pecho y me ata las manos. Esa angustia. La que me roe en el pleno centro donde tendría que estar el alma (si es que está). Esa angustia. La que me orada. Tanto, que hasta puedo sentir el crepitar de los huesos. Como una termita que me come desde adentro, aunque todavía parezca intacta. Entonces, espero el empujón. Este armazón no sostiene nada y, como un mueble viejo, se desmorona al golpe. Que se desmorone. De terrible amor o de maldito dolor por descuidar el alma (donde quiera que se suponga que esté).

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