Otra vez la angustia que me asalta el pecho y me ata las manos. Esa
angustia. La que me roe en el pleno centro donde tendría que estar el alma (si
es que está). Esa angustia. La que me orada. Tanto, que hasta puedo sentir el
crepitar de los huesos. Como una termita que me come desde adentro, aunque todavía parezca intacta. Entonces, espero el empujón. Este armazón
no sostiene nada y, como un mueble viejo, se desmorona al golpe. Que
se desmorone. De terrible amor o de maldito dolor por descuidar el alma (donde
quiera que se suponga que esté).
Comentarios
Publicar un comentario