132. Aquellas manos

Unos dedos delgados aprehendieron el cortinado desde atrás formando un frunce. Los pliegues del telón se abrieron hacia los extremos llevados por las manos que surgían de la boca negra del escenario.
Ya en el centro, inmovilizaron el aire en un ademán de alto. Fue un segundo oscuro de silencio. Las palmas desde  la platea abrieron las compuertas para que la música se derramara por las rendijas de los dedos en movimiento. Sonaron los vientos habilitados por la mano derecha, en tanto las cuerdas enmudecían acorraladas por el rigor de la izquierda. Una apuntó al fagot que sonó hasta que el índice y el mayor lo detuvieron con un gesto. Ahora, ambas, como espigas movidas por la brisa, entremezclaron los sonidos. Se detuvo el viento encerrado en la mano derecha y sonó a agua que se escurría por entre los dedos de la izquierda. La mano derecha estalló en un golpe de tambor y ambas jugaron con las olas en un arrullo de botes a la deriva. Entonces se abrieron, sin contención, habilitando el galope desbocado de timbales, vientos y violones. Bailaron enloquecidas, dibujando pentagramas en el aire. Subían y bajaban, se juntaban al centro y se abrían a los lados inventando cada giro. A veces formaban una sola cadencia. Otras, parecían jugar escenas diferentes. 
Y se fueron cansando. Disminuyeron a vuelo de luciérnagas heridas y volvieron al vaivén del bote y al susurro de cascada. Luego, cada una por su lado se cerró en un puño y se llevó todos los paisajes imaginados. 

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