Desde el Río de la Plata uno se pregunta a qué
se refieren cuando todo remite a tan famosa casa. Al verla no hay dudas. Un
enorme edificio todo cubierto por caparazones de crustáceos. En castellano:
conchas. Fue construida como residencia particular y hoy es biblioteca
pública. Es una edificación cuadrada,
enfrente de la Universidad Católica, sede de los Jesuitas, y en el centro
centro de la ciudad antigua. Al menos yo siempre termino ahí: está el Carrefour
y dos cajeros automáticos. Además, estos días de fiesta había casetas con
pinchos de feria.
Hablando de fachadas, además de las conchas que
salpican dos de sus frentes, las ventanas se guardan por rejas que ninguna es igual a
otra. Cada ventana tiene un diseño y cada diseño es singular.
Pero vayamos a las conchas. Cuenta la leyenda
que un noble, que supongo de poca monta pero mucha pasta, se casó con una
muchacha de familia muy conspícua, que en su escudo tenía la concha como
símbolo. El hombre, que quería quedar bien con la nueva familia que lo
encumbraba, llenó la fachada con la heráldica de su familia política. Pero cuando
iba por la torre, recibió la visita de unos Jesuitas de la Universidad de
enfrente y que hacía poco habían terminado su torre, la Clerecía, la torre más
alta de Salamanca. Los curas no podían permitir que ninguna obra humana fuera
más alta que la consagrada a Dios, por lo que gentilmente le sugirieron no
hacerle torre alguna al castillo. Así quedó, entonces, una enorme residencia
cuadrada sin elevarse para demostrar la grandeza familiar. Sin embargo, dicen
los que dicen, que debajo de algunas de las conchas de la fachada hay un tesoro
escondido que fue la “gentileza” de los jesuitas por no sobrepasar la obra de dios. Uno mira la
fachada y algunas conchas faltan, claramente.
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