113. Llegar en las fiestas




"Vino en las fiestas", me dijo el taxista diligente y yo no entendí de qué hablaba. "La feria y las fiestas de la ciudad", me explicó. "No en los pueblos, en la ciudad".
A la tarde salí a ver de qué se trataba. De la ciudad vieja ya hablaré, porque me siguen maravillando la estructura de las ciudades y los edificios de la Edad Media y el Renancimiento. En las plazas habían montado casetas con carteles que decían algo así como "Pincho de Feria + Bebida" 1euro. Un puesto al lado del otro: algunos lo tenían a 1,50; otros a 2. En algunas ofrecían mojito, sidra o encurtidos y fiambres que no puedo aún retener y menos repetir. Había gente, pero circulando y las casetas parecían vacías. La movida era más tade.
En el camino me topé con un desfile de charras y charros. Coloridos, con una rica orfebrería en oro y plata, las mujeres vestían con terciopelos y bordados, con pedrería y lentejuelas. Los tocados recogidos en trenzas finas sobre las orejas estaban fijados con alfileres de filigrana en oro y cubiertos son mantillas bordadas en colores.
Encabezaba la procesión sendos arcos de flores llevados por hombres de togas. Al comienzo también iban mujeres de vestidos cortos y urbanos con mantilla y peinetón en la cabeza. Parecían fotos de las buenas señoras españolas que promovía Franco. 
Detrás de los ramos y los vestidos negros venía el jolgorio. Algunos hombres tocaban el tambor con una mano y sostenían la flauta que soplaban en la otra. Otros llevaban castañuelas y acompañaban a las mujeres que cada tantos metros se detenían y bailaban la jota en dos filas enfrentadas. Sonaban entonces las castañuelas, la flauta y el tambor. La mayoría de los participantes eran viejos. Mayores de 70 que disfrutaban del baile y el disfraz y saludaban a los vecinos con aires de importancia. Algunas mujeres algos más jóvenes y algunas niñas también componían el desfile. Yo me imaginaba la organización detrás de todo eso: decidir los trajes, los roles, quien lleva que estandarte y quiénes los ramos. Las disputas, la inevitable naturaleza humana del que cree merecer lo que no le dan y la infeliz que acepta lo que le digan y sigue postergando un año más llevar el traje de luces que le habían prometido porque le cambiaron el puesto a último momento para conformar a otra más difícil. Todo eso armaba mi mente mientras las veía pasar remontando sus huesos y sus joyas por las calles de Salamanca. Los seguí hasta el final. Quería captar algunos rostros que no sé si logré y la textura de los vestidos, que definitivamente no logré.



Luego, me instalé en la Plaza Mayor donde se preparaba el gran escenario. Mientras el sol caía detrás de las fachadas, un aire fresco soplaba trayendo rasgueos de una guitarra castellana, que inevitablemente me recordaba a mi hermano.
Miles de personas y un gran escenario para las fiestas de mañana que parecían empezar hoy. La guitarra suena por encima del bullicio. Unas volutas de humo azul y blanco envuelven al guitarrista que mis ojos cansados, a la distancia no ven. Tan pequeño, pero sé que está ahí.
Pido unas gambas al ajillo y una copa de vino blanco. Las luces de la Plaza se encienden y las ventanas y los balcones se dibujan con relieves de trazos y sombras, 
En las mesas contiguas hay muchas Nyles con sus amigas de pelo rubio batido, sus camisas de seda y las chaquetas sobre los hombros. Tantas doñas Nyl y tantas Nidias y Gracielas, Y doñas Martas y tías Edilias y tías Lidia. Creí que sólo en Uruguay había tantos viejos. No sólo tantos viejos, sino viejos conocidos. Los hombres también resultan familiares: el gallego de la esquina, el dueño de la automotora, el sastre, el tío de tu amigo.
Ahora canta con castñuelas una muchacha que yo diría "andaluza", pero no sé. Ya no sé qué es típico de donde. La voz se eleva poderosa en el crepúsculo sin más acompañamiento que sus cuerdas vocales y la muktutud que trajinaba por la plaza, enlentece el paso y gira la cabeza hacia el escenario para ver quien canta con tanto sentimiento.
Esta cuidad, de 500 mm anuales de lluvia, me recibió lloviendo ayer al bajar del tren y hoy cuando intenté salir a la feria, "Buena suerte, Baden Powell te acompaña", siemto que Jorge me susurra.







Comentarios

  1. Al ver los trajes de luces , me recordaron los trajes de fiesta de los indios americanos.
    Y,como decís, ya no sabés qué es típico de dónde.
    Estoy leyendo una novela ambientada en el Marruecos cómplice del levantamiento franquista. Mientras las cosas pasan ahí; Franco ya está en al península; instalado con su familia en el Palacio episcopal. Y voy entendiendo, con tus fotos, en parte, por qué a estas gentes parece que no les llegó la movida madrileña de los 70 y 80...

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    1. Soy Helena, solo que no se´cómo identificarme...Je, je!

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    2. En el palacio episcopal de Salamanca, debí escribir.(H.H).

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