99. Lisboa: los Descubrimientos y el Marqués de Pombal


Al rato de estar en Lisboa, aparecen dos referencias que se repiten, tanto para señalar un edificio como para localizar una dirección. Ambas de muy distinta naturaleza, los Descubrimientos y el terremoto de 1755 son momentos de la historia que marcaron la ciudad por el resto de los siglos.

A los herederos de España nos han criado en EL Descubrimiento. Los portugueses hablan en plural del período que les significó la mayor bonanza y los convirtió en la despensa del mundo. Pueblo de cara al mar y grandes comerciantes buscaron la ruta alternativa a las Indias bordeando Africa, adentrándose en el Odéano Indico para llegar allí en 1498. En 1493 se aseguraron por Todesillas el favor del Papa al Oriente de las Azores. Simultáneamente atravesaron el Atlántico y desembarcaron en las costas de Brasil en 1500. Navegando hasta el extremo de Asia, llegaron a China en 1513 y a Japón en 1543. Además, dato no menor, los habitantes de las colonias como Brasil Angola o Mozambique eran súbditos portugueses, gracia que la "madre patria" nunca nos dio. 
Ese es el esplendor, las estatuas de Vasco da Gama y los reyes Joao y el permanente homenaje a los navegantes que desafiaron los abismos que eran las puertas del infierno.


El terremoto es el terror. En la mañana del 1° de noviembre de 1755 se produjo un terremoto que destruyó más del 60% de la ciudad. Cuarenta minutos después del terremoto, tres tsunami de entre 6 y 20 metros engulleron el puerto y la zona del centro, subiendo aguas arriba por el Tajo. Luego siguieron los incendios y las llamas terminaron de tragarse el resto de la ciudad. Esta descripción apocalíptica también fue vista así por los habitantes, ya que el desastre se produjo el Día de Todos los Santos. 
Reconstrucción de escenas de la ciudad después del terremoto
El rey José y su familia estaban en Belén, ciudad fuera de Lisboa, por lo que no sufrieron daños personales pero el rey fue dominado por el pánico y un susto mortal lo acompañó por el resto de su vida ya que nunca más pudo vivir bajo techo. Tampoco ocuparse de la ciudad desvastada. Cuentan que la corte pasó a vivir en tiendas y sólo a la muerte de José, su hija construyó un palacio real. 
En tanto el rey se debatía entre fantasmas de pavor, el primer ministro, Marqués de Pombal tomó las riendas del asunto. Se cuenta que a quien le preguntó qué hacer le contestó: "Cuidar de los vivos, enterrar a los muertos". Con extremo pragmatismo, organizó a los bomberos y a grupos de hombres para enterrar los cadáveres antes que se expandieran las epidemias. Para prevenir los saqueos en la ciudad en ruinas, levantó patíbulos para ejecutar a los que lo intentaran. Además, el ejército fue movilizado para impidir que los hombres sanos huyeran, de modo que pudieran ayudar a retirar escombros. Al año la ciudad estaba despejada y a los tres años había comenzado la reconstrucción que consistió en una nueva ciudad con calles más amplias y los primeros edificios anti sismo. Las tradicionales fachadas de azulejos, tan características de Lisboa, son producto de una producción en serie que también el Marqués  ideó para acelerar las obras. Pero la ciudad también tuvo aceras, alcantarillado y paredes cortafuegos y una Plaza del Comercio de 36.000 metros cuadrados

Estatua al Marqués de Pombal y punto nodal de Lisboa
Las construcciones antisísmicas y la elaboración de un cuestionario sobre cómo se había vivido el terremoto en cada localidad y que fue el primer registro serio sobre un evento de estas caracterísdticas, han hecho del Marqués de Pombal, además, precursor de la sismología moderna.





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