91. Los papeles de la memoria. Salamanca.


El Servicio de Recuperación de Documentos de la época franquista se convirtió en  el Centro Documental de la Memoria Pública. Entonces, los mismos documentos que sirvieron para matar, encarcelar o despedir personas de sus trabajos, sirven ahora para que ellas o sus descendientes reclamen los derechos arrebatados.
En los dos primeros años de la guerra, Franco estableció su cuartel general en Salamanca, en la Sede del Episcopado y mandó confeccionar un Archivo de Documentos recuperados de los territorios sobre los que iba avanzando. Desde 1998 ocupan un edificio de 7 plantas, construido para tal fin, contíguo al Hospicio de Niños Expósitos del siglo XVIII donde permanece el resto de las Secciones.
Los funcionarios de Franco extraían de esos millones de papeles los datos de cada persona sospechosa de actividades antipatriotas y configuraban una ficha. Breve, en ella consignaban el nombre, el apellido, la edad, el motivo para estar en el fichero y una signatura para localizar el documento original. Menciono algunos casos que vi (omito el nombre):
- 16 años. Afiliado a la UGT (Unión General de Trabajadores).
- Soldado del Ejército Nacional evadido a la zona roja
- Afiliada a Izquierda Republicana (Partido legal durante la II República)
- 9 años. Hija de Diego y Luisa. Figura  en las expediciones a Francia.
Este último caso, tal vez de los más siniestros, incluía de igual modo a todos los niños que habían sido evacuados por sus padres hacia otros países. La ficha se conserva hasta hoy, por lo que cualquiera de ellos que volviera a España durante la dictadura no podría obtener un empleo público ni estudiar magisterio o profesorado.
Hay tres millones de fichas escritas a máquina organizadas en dos secciones: Especial o Masónica y Político Social.

Los masones son un capítulo particular, tanto que merecieron un Tribunal General para la Represión de la Masonería y el Comunismo. La penas eran el fusilamiento sumario por ser un delito de lesa patria. Especial encono le tuvo Franco a la masonería y construyó sobre ella una leyenda negra que, según me han dicho, perdura hasta hoy. Algunos dicen que la obsesión antimasónica de Franco tenía mucho de despecho ya que él habría querido ingresar y había sido rechazado. 
Con todas las joyas, vestimentas, mobiliarios símbolos rituales y documentos incautados, Franco armó un museo para mostrarle al pueblo lo que la masonería significaba. En 1940 montó dos salas, una de las tenidas y otra para la reflexión de los iniciados. Aunque uno no sepa nada del rito masónico, al entrar en aquella sala algo suena grotezco. Los muñecos encapuchados con togas con calaveras, el compás, la escuadra, los signos del zodíaco, la cadena, el cielo en el techo, el suelo en damero, las columnas, las máscaras, la caja de bolillas. Demasiada cosa toda junta. Y luego se llega a la explicación: las salas están tal cual las armó Franco. Todos los elementos que las componen son reales y pertenecieron a masones perseguidos, pero están dispuestas de tal forma que trasmiten un espíritu macabro con algo de ridículo. De alguna manera también es sobrecogedor. Uno no sabe si entra en el gabinete de un mago o en un terreiro de camdomblé. 
La cuestión tan poderosa es que así montado y todo, el museo nunca abrió sus puertas y sólo lo hizo en los noventas ya como parte de la muestra del Archivo General. 
A la fecha, se han hecho leyes de reparación para los integrantes del ejército republicano, de los sindicatos, del magisterio, de los partidos políticos pero aún la España democrática no ha resarcido a los masones.
Entre los muros centenarios de piedra bruta los papeles de la memoria trajinan: de los vencidos a los gobiernos, del pueblo a los jueces y de la ignorancia al conocimiento.


Comentarios