351. Cuentito con vuelta (de llave)

Volvía a mi casa con mucho hambre y mucho calor luego de un día cansador. A mí me matan los días que arrancan mal. Por mucho que haga es difícil que enderece el humor si el primer intercambio con otro ser humano es una pelea o un lío. Hoy había todo eso al llegar al trabajo: problemas con la empresa que está haciendo unos arreglos y líos entre unas docentes. O sea día bravo. Además venía de un taller de evaluación con algunos que se sienten la última cocacola del desierto. Insufrible.
Bueno, volvía tranqui, caminando y al llegar a casa (con hambre y calor, como ya dije) meto la llave en la cerradura y noto que no gira. Intento de nuevo y estaba como nacida: ni a derecha ni a izquierda. El pestillo colgaba raro. Pah!, ¿Qué pasó aquí? El calor del hormigón ya me subía por las piernas y yo quería, al menos, sentarme en algún lado. El asunto era claro, o llamaba a un cerrajero o no entraba. Ya eran las 20hs. y en un rato iba a estar oscuro. Lo llamé y esperé en la vereda hasta que llegó. El calor del hormigón ya me llegaba a la nuca y del hambre no me acordaba. El hombre intentó e intentó y nada. No podía. ¿Tiene entrada de alternativa? me preguntó; no, sólo saltando el muro del vecino, le contesté, pero la puerta del fondo está con tranca. Siguió intentando. Yo ya me veía pidiendo asilo en lo de una amiga o, en última instancia, en lo de mamá.
Al final, el hombre le pidió al vecino para saltar. Igual no va a poder entrar, le dije. Intento, me dijo. En un ratito lo veo por el vidrio del lado de adentro. ¡Cerrajero tenía que ser! No fue fácil pero abrió y yo entré. ¿Me la deja como para que pueda dormir tranquila, no? Adentro todo estaba en orden. Me saqué los zapatos y merendé y largo rato después, me llamó para decirme que la había arreglado.
De a ratos me afloran los genes de mi madre que tiene contrato por mes con el cerrajero porque le queda más barato.

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