En la fachada norte de la Catedral de
Salamanca, construida entre los siglos XV y XVI, aparece la escultura de un astronauta.
Los turistas, de a montones, levantan la cabeza intentando ubicarlo entre la
miríada de figuras míticas, animales, vegetales o humanas. Al final aparece. Al
costado del portal, del lado derecho y a mediana altura, un astronauta flotando
en su cordón umbilical se distingue sin lugar a confusiones.
La primera versión que recogí fue la clásica
premonición de algún picapedrero tan ignoto como sabio. Pensé que History
Channel se podría hacer un festín de ovnis y extraterrestres. Pero seguí
leyendo y escuchando (¡todo lo que se puede aprender “robando oreja” a los
guías con banderín!) y la respuesta es menos mágica pero más lógica. En alguna
de las últimas restauraciones del siglo XX, se incorporaron estas figuras como
un tributo al paso del tiempo y a lo permanente de la iglesia católica. Se
encuentran también un dragón comiendo un helado en cucurucho y una liebre, que
ha ganado fama de ser buena para la suerte, así que ya se ve negra y brillosa
de tanto roce.
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