Los puentes de las Brujas





Brugge en flamenco quiere decir “puente” por lo que sorprende el hechizo de la traducción. Para un latinoamericano la fisonomía de la ciudad es de cuentos infantiles, así que desde cualquier esquina o cualquier ventana uno espera ver aparecer a Hagrid, Genoveva de Brabante o incluso Papá Noel. Y eso que no nieva.

La declaración de Patrimonio de la Humanidad fuerza a que las fachadas en escalera, los canales, los puentes y las plazas se conserven con prolijidad prusiana y se alegren con flores los balcones, fuentes y zaguanes. Los faroles llevan canastas de flores al cuello. Las ventanas collares de flores en los pretiles. Los castillos y mansiones hunden sus pies en el agua y se prolongan en terrazas con embarcaderos de madera.

Manadas de turistas sedientos de imágenes disparan sus cámaras en una era en la no hay restricción en la cantidad. Click, click, click, cientos de disparos perpetúan los momentos pasados allí o apenas insinuados.

Un perro adormilado mira desde la ventana pasar un trencito de patos por el canal. El aire se siente fresco y huele a limpio entre los sauces que acarician el agua. De los 20 km de canales sólo recorremos 5. Unos nadadores completan el recorrido de un triatlón por las aguas del canal entre los cisnes y el frío.

En una plaza remodelada me tomo una cerveza de frutas que se llama “Muerte súbita”.

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