A veces pienso que las de abajo fueron cocinadas en mi infancia, conservan toda la sustancia y hasta huelen como recién preparadas. Las del medio parecen el trabajo de un aprendiz y las de arriba el burdo intento de un mal cocinero.
En las capas profundas, entre la melaza y el olor del dulce de leche he logrado guardar los recuerdos más vívidos, aquellos que aparecen sin necesidad de invocarlos. Las caras de mis compañeros, aunque la vida los haya maltratado, mantienen los rasgos que no se olvidan. Entre las muchas capas del medio, a veces apretados, a veces entremezclados se guarecen los recuerdos de aquellos años en los que la vorágine era mucha y el tiempo poco.
Y estos últimos estratos, resecos, quebradizos, apenas retienen referencias de nombres, rostros sin señas, cifras que no dan.
Comentarios
Publicar un comentario