203. Repostería cerebral

A veces pienso que mi cerebro está formado por capas, una encima de la otra, como milhojas unidas por dulce de leche. Las de abajo, impregnadas por el dulce, se ven crocantes y sabrosas. Las del medio están más juntas, el dulce de leche es menos abundante y parecen una pila de papeles intercalados. Las de arriba tienen las puntas despegadas. Se ven resecas y pálidas.
A veces pienso que las de abajo fueron cocinadas en mi infancia, conservan toda la sustancia y hasta huelen como recién preparadas. Las del medio parecen el trabajo de un aprendiz y las de arriba el burdo intento de un mal cocinero.
En las capas profundas, entre la melaza y el olor del dulce de leche he logrado guardar los recuerdos más vívidos, aquellos que aparecen sin necesidad de invocarlos. Las caras de mis compañeros, aunque la vida los haya maltratado, mantienen los rasgos que no se olvidan. Entre las muchas capas del medio, a veces apretados, a veces entremezclados se guarecen los recuerdos de aquellos años en los que la vorágine era mucha y el tiempo poco. 
Y estos últimos estratos, resecos, quebradizos, apenas retienen referencias de nombres, rostros sin señas, cifras que no dan.


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