Una mañana fría de julio del año que
llegué a Montevideo, el semáforo en rojo me detuvo en el cordón de la vereda al
salir del callejón de Tristán Narvaja. Cada día me animaba a descubrir la
ciudad gris en los itinerarios de humedad de las paradas de autobuses y sus
destinos, entre los rincones oxidados de las estatuas, en las hojas
arremolinadas entre las patas de los bancos y las huellas de las
escalones.
Aquella mañana vi venir, como si una
grieta del tiempo se hubiera abierto en la niebla, una cureña tirada por un
caballo y conducida por un cochero de librea. Todo negro y desolado. Varios
transeúntes se detuvieron a mirar y algunos hombres se quitaron el sombrero que
les protegía la cabeza del frío. Pregunté al aire qué era aquello. El frío de la mañana se me coló entre los
abrigos hasta los huesos. “Murió Juana”, contestó una voz. No precisé que me
dijeran cuál: Juana de América, Juana, la que me enseñó a navegar en las
manchas de humedad marchaba por última vez como un grabado en tinta china entre
la bruma.
Fue aquella imagen desdibujada por los
efluvios del frío, abriéndose paso entre los coches y omnibuses de Montevideo,
sin que siquiera mereciera un cortejo, la que me atravesó como un puñal de
hielo. ¿En qué país nos estábamos convirtiendo? Juana no fue perseguida, sin
embargo, aquel cuadro de carro de kermés entre el tránsito me ubicó en el lugar
que el país colocaba a sus poetas.
Mi madre adoraba a Juana, me recitaba
sus poesías en las tardes de verano y me leía los cuentos de Chico Carlo bajo
el limonero. Cuando cumplí dieciocho, mi abuelo me regaló “Lenguas de
Diamante”, en una caja que, más que un libro, era un contenedor de arte: cada
poesía en una cartulina con dibujos de Soldi, el pintor argentino. Lo he
guardado durante años a la espera del momento de tener casa propia para
encuadrar las ilustraciones. Aún no lo he hecho, aunque ya tengo casa y he
tenido varias con los años. Ya creo que no lo haré, aunque a veces lo abro,
miro sus láminas, leo algún poema y vuelvo a aquellos tiempos en los que lo que
más me conmovió fue el entierro de una poeta a escondidas.
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