Pensar en las avenidas de París vacías, en el parque del Retiro en Madrid sin gente o el lagarto de Gaudí en Barcelona huérfano de turistas parecen visiones post apocalípticas. ¿Atraviesan los gansos las cebras en Les Champs Elysées o fue un truco de ilusionismo para creer que un retorno es posible? En Roma cantaban desde los balcones para animar a los que estaban solos. Mi hija en una casilla en Xul ha, haciendo frente a los temporales y a la falta de dinero, mientras mi corazón de madre desesperaba por tenerla bajo el ala de nuevo. Como me hundí en la noche en que iba hacia Cancún sólo para corroborar que había perdido el vuelo. Mi impotencia por no poder hacer nada más de lo que hice (y capaz podría haber hecho menos). El retorno, el reencontrar a una mujer distinta pero idéntica a la niña que se fue. Mi hijo, que también este año tomó su camino. Con valentía, enfrentando al mundo, porque es un ser humano hermoso que sabe que cuenta con mucho amor.
Todo eso pasó este año.
Todo eso pasó este año.
Que habíamos llegado a un punto de aglomeración y movilidad que iba erosionando todo el universo físico del planeta tal vez sea la lección más aprendida. Que necesitamos de los otros para vivir y que aislados somos mucho menos, también. Que se pueden hacer muchas cosas más que las que nos imaginábamos con un ritmo más lento, es un aprendizaje. Pero también se vuelve evidente que no se puede prolongar esta situación mucho tiempo más.
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